lunes, 28 de julio de 2008

Elogio de la mujer brava, por Héctor Abad

Elogio de la mujer brava

Por: Héctor Abad

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

Vamos hombres, por esas mujeres bravas!!!!!!!!!!!!!

5 comentarios:

cintia dijo...

Excelente! ¿Quién es el autor? Nunca escuché nada de él.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

No sé. Me lo envió una amiga. Ella me decía que no hace falta el adjetivo "bravas" que es simplemente ser mujer, pero yo digo que hay mujeres y mujeres, que el machismo no es propiedad de los hombres ¿no?

cintia dijo...

Ja! Es cierto. Hay mujeres para todos los gustos! Conozco algunas que si no son machistas, le pegan en el palo.

Susana Sussmann dijo...

No le veo nada de malo a ser joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca, o a ser una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas, a usar las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros.

Lo malo está en la falta de reciprocidad. Porque es hermoso cuidarte y que él se cuide también para ti (que la juventud no dura para siempre, pero podemos acelerar la llegada de la vejez). También es hermoso ser mansa, dulce y sumisa y guardar para él siempre una sonrisa... y que él también sea manso, dulce y sumiso y que nos sonría en cada momento del día. Es lindo que él tampoco discuta, que sea simpático y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcto, elogiar nuestros actos y celebrarnos las bobadas. Es hermoso que él use las manos para la caricia, para ayudar a tener la casa impecable, hacer buenos platos (o pelar, picar, lavar y fregar los platos si es de los que le tienen pánico a la cocina), servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros.

Lo malo no es ser la pareja perfecta. Lo malo es la ley del embudo. Creo que el mundo sería mejor si, en vez de dejar de ser la pareja ideal, él también se convirtiera en la pareja ideal. Y créeme, Pau, que existen. Yo tengo uno, quien, además, también logra comprender los cambios hormonales.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Coincido con la belleza de la dulzura y la comunicación, pero cuando usás la palabra sumisión estamos meando fuera del tarro: no hay sumisión si no hay poder, no hay esclavo sin amo, no se puede ser dos sumisos sin nigún sometedor.
Además siempre caemos en estas polarizaciones, ser brava no es encontra de nadie, menos de una pareja que pueda ser nuestro igual (igual de bravo, no de sumiso) sino a favor de todos y todas los que nos conozcan.

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...