martes, 7 de julio de 2009

"Todas las vocaciones, menos una, crecen"

"El personaje es el escritor.
El escritor de literatura infantil.
El escritor de literatura infantil producto de una decisiòn infantil que, claro, tiene lugar durante la infancia. Sòlo entonces podemos afrontar la inmensidad oceànica de las letras; la aventura de leerlas y escribirlas; de asimilar todas esas herramientas del conocimiento en tan poco tiempo. Si se lo piensa un poco, por lògica, recièn deberíamos aprender a leer y a escribir cuando somos mayores y racionales y reflexivos y no en ese estadio casi salvaje. Pero, claro, de ser así es posible que nadie se atreviera a ser escritor. Porque si se lo piensa un poco no hay decisión más infantil que la de ser escritor: una decisón que -salvo contadas excelciones- siempre se toma cuando se es niño; porque sólo entonces se cuenta con la cantidad suficiente de locura para afrontar semejante desafío y vocación. Una decisón tan irreal como la de querer ser astronauta o hèroe de la Legión Extranjera (me pegunto si habrá profesión más cercana y extrangera a la del legionario o a la del astronauta que la del escritor, siempre en órbita y fuera del mundo y sospechando que no será nada sencillo volver a casa)y que se produce siempre en un momento de exquisita y extrema y ficticia irracionalidad. Keiko Kai: decidimos ser escritores cuando sabemos que ya no podremos ser ninguna otra cosa. Cuando terminamos de leer ese libro de literatura infantil que nos afectará todas las edades que vendrán. Cuando -sí, todo escritor de toda literatura surge siempre de la sombra de un escritor infantil de literatura infantil- nos descubrimos mutantes sin cura ni remedio. Entonces somos pequeños lectores y nos decimos que queremos ser grandes escritores y se lo anunciamos a nuestros padres y nuestros padres nos miran casi con horror, preguntándose qué salió mal y de dónde salimos nosotros. La formación de un escritor lleva implícita en sí la deformación de tantas otras profesiones y así nos descubrimos hijos huérfanos de un promer impulso que se produce en la infancia, en la edad más freak de todas las edades, durante ese breve y largo tiempo en que cambiamos un poco todos los días y todas las noches por el sólo placer de sabernos ùnicos y elegidos y malditos y comprendiendo que ya no creceremos nunca y que, por ser escritores, seremos niños y seremos infantiles hasta el ùltimo día de nuestras vidas.
Todas las vocaciones, menos una, crecen.
Escribir ha de ser una aventura tremendamente formidable.
Una ocurrente mutación, sí, pero ¿no son las mutaciones la evidencia incontestable de la vacación artística del proceso evolutivo?, ¿de esos raros momentos en que la disciplinada evolución experimenta, cambia de estilo y frecuencia y a ver qué pasa?"


Rodrigo Fresán, en su novela Jardines de Kesington.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...