jueves, 17 de diciembre de 2009

Chicklit a dos manos

Entrevistas ::
Escribir controlando los egos
17-12-2009 | Fernanda Nicolini, Mercedes Halfon


Tomado del blog de Eterna Cadencia: http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=5780


Mercedes Halfon y Fernanda Nicolini acaban de publicar la novela de chicklit Te pido un taxi. En esta entrevista cuentan cómo fue el proceso de creación a cuatro manos, señalan la relación que cada una entabló con los personajes y con aquello que rompe un género que no están seguras de que exista realmente.


Te pido un taxi es la nueva novela de la serie de chicklit que edita Plaza Janés y la primera novela escrita a cuatro manos. Mercedes Halfon y Fernanda Nicolini narran las desventuras de Julia y Bárbara, dos amigas que, al cruzar los 30, se dan cuenta que las vidas que habían proyectado no son las que tienen. A Julia le duele la separación con Andrés que la dejó sin amor, sin casa, sin trabajo. Bárbara se enfrenta a la realidad atemporal de la televisión que la consume diariamente. El caldo de cultivo de una situación límite, tal vez por eso Pedro Mairal desde la contratapa anticipe que “Julia y Bárbara son como Thelma y Luise pero tomando ácido”.

Nicolini y Halfon son entrevistadas amables. Se ríen cuando tienen que reírse, hablan en serio cuando les toca, responden con amabilidad hasta la pregunta más torpe. Sin embargo sé que por dentro me deben estar matando. En la novela defenestran a todos los tipos como yo. Por nerds, por pasados de moda, o más simple: por bobos. (¡Encima me puse una camisa bordó!)

“Nadie ha escrito a dúo. Se ha podido cantar a dúo, también componer música y jugar al tenis; pero escribir, no. Nunca.” El libro comienza con un acápite de Marguerite Duras y también la entrevista:

¿Por qué el acápite, qué significa?

Mercedes: Me gusta mucho, es de un libro que se llama Escribir de Margarite Duras. Un libro de autoayuda para escritores [se ríe]. Tiene un montón de frases como esa. Nos alivió. Dijimos “todo esto que nos está pasando es porque en realidad es muy difícil escribir de a dos”.

¿Qué era eso que les estaba pasando?

Mercedes: Ponernos de acuerdo, encontrar una estructura para que cada una pudiera…

Fernanda: [interrumpe] Elegimos una estructura que nos facilitara escribir de a dos. Cada una se encargó de un personaje y los capítulos se van alternando con ese personaje en primera persona. De movida no aliviarnos, podíamos escribir con nuestro estilo propio, darle esa voz al personaje particular. Pero a la vez, ese mismo personaje tenía que hacer hablar al otro en primera persona cuando hablan. Ahí hay que congeniar. Lo de Marguerite Duras es casi un chiste a nosotras mismas: escribimos de a dos aunque decimos que es imposible. Era algo entre gracioso y desafiante.

¿Cómo eligieron quién se iba a encargar de cada personaje?

Mercedes: Al principio armamos la historia, en líneas generales teníamos definido qué iba a pasar con los dos personajes. Fuimos delineando los personajes y la historia, más o menos al mismo tiempo. Además, cada una sabía a quién iba a escribir. Bárbara la iba a escribir Fer y Julia la iba a escribir yo.

Fernanda: Casi ni lo discutimos, nos pareció natural que cada una escribiera en soledad su personaje. Pero teníamos que armara una estructura como lineamiento. Entonces armábamos parrafitos, escaletas. Como una arquitectura de la novela. Cuando empezamos a escribir cambiamos un montón de cosas, pero la estructura general de donde partía, quiénes eran ellas y a dónde iban a llegar estaba de movida.

¿Cómo se relacionaron con las dos protagonistas? ¿Desde las profesiones?

Fernanda: No sé si tanto, eso lo elegimos después. Una iba a ser más down, por decirlo de algún modo. Iba a tener un momento de estar más reflexiva. La otra iba a ser como una locomotora. Entonces las profesiones se relacionaban un poco con eso. Nos dimos cuenta que cada personaje tenía mucho que ver con la manera de escribir de nosotros. Mechi tiene es más descriptiva, más morosa hasta llegar a la acción. Mi manera de escribir es siempre ir al palo.

Mercedes: Fuimos descubriendo qué era lo que más les convenía a ese personaje. Por ejemplo, en mi personaje era muy importante que cuando empezara la novela se hubiera separado o se estuviera por separar. Naturalmente cuando uno se separa es muy difícil pensar para adelante, pensar el futuro. Uno va para atrás, piensa y reflexiona. Eso la hacía mucho más reflexiva, de circunvoluciones. Julia se acuerda del novio de los 16 mientras que Bárbara se acuerda del novio de hace un minuto.

Fernanda: Bárbara está en cuestión con las relaciones inmediatas. Es un personaje que no tiene estabilidad emocional y va coleccionando relaciones efímeras (ella no sabe si son efímeras, pero se convierten en efímeras). Eso también estaba bueno con el ritmo de una productora de televisión: en la televisión termina un programa, todo el mundo se olvidó y ya está trabajando para el programa que sigue. Esa manera de hablar, de actuar, de relacionarse con la gente, siempre está en esa vorágine que hace que en un momento estalle.

¿Cuánto de lo que escriben lo hacen pensando en que corresponda al género? ¿Cuánto hay de ustedes y cuánto de eso “obligatorio” para con el género?

Mercedes: En nosotras, ya desde nuestros intereses o de nuestro mundo, estaba el chicklit. Por ahí no lo teníamos muy claro, por ahí no sabíamos que existía un género…

Fernanda: [Interrumpe] Ni siquiera sabemos si existe el género chicklit.

Pero están dentro de una colección.

Mercedes: Sí, pero en un punto son etiquetas. Una vez que nos hicieron la propuesta empezamos a investigar, a ver qué era el chicklit. Antes de eso teníamos un blog y los temas tienen que ver con el chicklit. No teníamos un blog sobre deportes y nos pusimos a escribir chicklit. Estábamos dentro: los novios, los trabajos.

Fernanda: Cuando empezamos a escribir esta novela, Marina Mariasch –que nos presentó en la editorial– nos preguntó “chicas, ¿ustedes hubiera escrito lo mismo?”. En ese momento no sabía qué contestar. Pero cuando terminamos la novela me di cuenta de que probablemente hubiese elegido ese universo. La chicklit tiene que ver con ese universo que uno elige, ese recorte. A partir de ahí podés elegir qué contar. A nosotras nos interesaba la parte profesional y obviamente la parte de pareja que es estructural. Pero siempre decimos que no queríamos hacer la típica historia de la gordita perdedora que se salva porque consigue novio al final del capítulo. Eso no sólo es banalizar a la mujer, si no escribir en relación a un estereotipo que ya no existe, un estereotipo construido casi para reírse de la mujer y destruirla desde cierto patetismo. En el chicklit se trabaja mucho desde el patetismo. Eso era un borde medio peligroso. Los personajes nuestros se ríen todo el tiempo de sí mismas, son bastante cínicas y tienen cierto patetismo, pero son conscientes de eso. Llegan a un punto que dicen “bueno, basta, ahora adelante”.

Mercedes: O pueden tener una mirada sobre eso. No sólo es un personaje en pijama porque la dejó el novio y se pasa el día llorando en la cama viendo películas de amor. Esto es un lugar común: qué hacemos, cómo salimos adelante de esta situación. Hay una mirada sobre eso, no es solamente el hecho de mostrarlo.

Me llamó la atención que Bárbara, que tiene treinta y pico, le envidie las tetas a una de 25. Una mujer de 40 o de 50 podría mirarla con envidia. Sin embargo, ella, que tiene 30, la mira así.

Fernanda: Nosotras también recogemos cierta oralidad que empieza a formarse cuando ya entraste en los 30. No quisimos meternos mucho con la obsesión del cuerpo, pero queríamos poner unos datitos que escuchás cada tanto. Hace poco volví a ver una comedia romántica con Cameron Díaz que se llama La cosa más dulce: ella se está probando ropa y se agarra las tetas y se las levanta [se las agarra y se las levanta] y dice “las tetas a los 16”, [las suelta] “las tetas a los 28”. Es casi un código femenino, un chiste porque a los 30 tu cuerpo todavía está bárbaro. Tampoco es el tema central de la novela. Hay tantas novelas en las cuales el estereotipo de mujer pasa por el cuerpo que no nos interesaba. Casi no hablamos de comida, no hablamos de que estamos gordas. Por ahí aparece la celulitis, pero es como parte de un discurso casi coloquial. Como los hombres que se ponen a hablar de fútbol. El tema de las tetas está justo al principio, como para plantarse en los 30, como para decir “yo ya tengo este cuerpo”. A partir de ahora empezamos con lo que hay.

fernanda nicolini, mercedes halfon

Junto con las dos amigas hay una tercera, Cecilia, que tiene una vida más ordenada, más armada: con pareja, trabajo, hijo. ¿Cuál es la relación de Julia y Bárbara con ella?, porque parece que la destrozaran.

Fernanda: Igual, tienen una mirada cariñosa hacia ella. Casi la envidian porque tiene la vida organizada. No entienden cómo puede hacerlo. La tercera amiga, Cecilia, que se recibió de Filosofía, tiene una beca en el Conicet, tiene un novio. Julia y Bárbara tienen una mirada súper ambigua en relación a Cecilia. Porque dicen “tiene toda la estabilidad que nosotras no tenemos”, pero por otro lado saben que no podrían ser así. Funciona como un contrapunto que equilibra, por lo menos aparece una que dice “acá hay un parámetro de cierta estabilidad”. No es que todas las minas de 30 están hechas mierda, también están estas.

Mercedes: Julia y Bárbara no pueden elegir la vida de ella. Van llegando a este punto casi sin darse cuenta cómo. Mi personaje dice eso: en qué momento todo empezó a desbarrancarse. Yo no siento que nuestros personajes tengan hacia Cecilia una mirada desvalorativa.

Fernanda: Para mí tampoco. Es casi como de desconcierto, cómo nuestra amiga que se recibió con nosotras puede tener esta vida y nosotras no.

Mercedes: Y un poco de envidia, también.

Fernanda: Cecilia tuvo la suerte de que pudo seguir por el camino. Pero Julia y Bárbara no son perdedoras, son chicas que vinieron ganando todo este tiempo: pudieron estudiar, tienen su profesión, tuvieron sus novios. No fueron seducidas y abandonadas. Pero llega un momento en que se empiezan a encontrar con las frustraciones. Las dos tienen quiebres. Quiebres para caer y quiebres para volver a empezar. El otro día estaba viendo una película malísima que se llama La sonrisa de Mona Lisa, una película muy mala sobre unas chicas que estaban en una escuela que las preparaba para casarse. Obviamente todo cambió, pero igualmente ahora a los 20 años tenés la idea de la posibilidad total: te van a pasar un montón de cosas, todavía no te importa con quién te vas a casar, no sabés si tu carrera va a ser esa u otra, todo puede suceder. Cuando llegás a los 30 necesitás confirmar ciertas cosas y cuando no lo hacés, cuando todo está en el aire, empiezan a suceder ciertas cosas. No sé si es una necesidad personal o de presión social. ¿Tenés 30 y estás sola? ¿Tenés 30 y no sabés qué hacer de tu vida? ¿Tenés 30 y no llegaste hasta ahí arriba en el laburo?

¿Qué lugar tiene el hombre? Salvo unos pocos, todos los aparecen son terribles nabos.

Fernanda: Yo creo que es por la situación en la que están, la novela no plantea una guerra de sexos.

Pero es peor, porque si planteara eso sería más relajada, te matás de risa.

Fernanda: Son bastante tremendas porque están en un contexto en el cual están bastante alertas porque vienen golpeadas. Bárbara dice de todo, pero antes estuvo con un montón de pibes y estuvo con esos pibes. Estuvo con un escultor de subtepass y con un abogado que era reconcheto. Después los critica, pero lo hace desde donde no funcionó. Ahí aparece la frustración. También nuestra editora nos decía que Bárbara y Julia casi nunca se echan la culpa, que la desplazan a esos hombres. Por otro lado, ellas fantasean con la posibilidad de que tener una pareja en algún momento.

Mercedes: La pregunta de la novela todo el tiempo es si existe ese hombre, si existe el amor para toda la vida. Es la pregunta que se hacen todo el tiempo: la posibilidad del amor. Hablan mal de determinados hombres, son muy cínicas, muy resentidas, pero a la vez también tienen la necesidad de creer en algo.

Fernanda: Además, los quisieron. Probaron. Hay una cuestión, por lo menos en el personaje de Bárbara, de mucha insatisfacción. Como si sintiera que es mejor que ellos. El otro leía Lorrie Moore –la amamos, es como nuestra gurú– y la madre del personaje le dice “lo que pasa con las chicas de tu generación es que siempre piensan que pueden tener un romance mejor al que tienen”. A Bárbara le pasa eso.

¡A Bárbara le gusta River Phoenix!

Fernanda: Cómo nos costó que apareciera. Buscábamos un ícono entre adolescente y sexual, que no estuviese y que a ella se le pudiera haber fijado. También queríamos que el personaje tuviera algo más que la identificación porque si te quedas ahí es pierde profundidad. Leo algo que me está diciendo lo que pienso y lo que espero que pase con las chicas de 30: es como si fuera una publicidad, porque en las publicidades vos sabés exactamente lo que van a decir. Entonces nos propusimos construir personajes que tengan su parte ficcional que haga interesante una novela. No nos quedemos sólo con eso. No leímos mucha literatura chicklit en realidad, pero sospechamos que por ahí podía llegar a pasar eso.

Pero rompen la estructura con el tema de la falopa.

Mercedes: ¡Hay mucha! [Risas] Nos dimos cuenta por nuestros padres…

Fernanda: El vínculo con las drogas intentaba ponerlas en un contexto real.

Mercedes: En la televisión hay droga, en cualquier reunión social probablemente haya porros.

Fernanda: Son minas que la viven, no son dos boluditas que están buscando el novio de su vida y hacen tortas a la tarde.

Mercedes: Tampoco teníamos ganas de que aparezca “me pasaron un cigarrillo demasiado finito” [risas], el escritor haciéndose el tonto como si no lo hubiera visto en su vida. No: no son drogadictas, claramente, pero dicen porro, no usan eufemismos.

Fernanda: Yo no sé si en otras chicklits aparece o no la droga, pero en la literatura sí y es lo que nos interesa.

Les hago la última pregunta ¿cómo se sienten escribiendo juntas? ¿Qué encuentra la una en la otra?

Fernanda: Mechi me dio mucha claridad. Me señalaba cuando entraba en contradicciones o las banalizaba. Siempre daba en la tecla, tiene una lectura súper atenta e inteligente. Me clarificaba un montón sobre lo que yo escribía casi impulsivamente. Además con su escritura y su personaje alimentaba mucho el mío, veía cómo hacía pensar su personaje y podía construir el mío a partir de ella. Sus correcciones fueron fundamentales. Hay partes claves en la novela que fueron sugerencias de Mechi, cosas que no hubieran funcionado. Ese fue el trabajo en equipo.

Mercedes: Yo pienso lo mismo, me acuerdo de situaciones de traba completa. No sabía por dónde se iba el personaje en determinada situación, Fer me decía sugerencias muy creativas, muy voladas.

Fernanda: Nos ayudó la distancia que tiene el otro. Probablemente es lo que le pasa a todo escritor con su propia obra: que no tiene la distancia y necesita de otro que lo lea. En este caso el otro también escribe con vos, entonces te va a decir cosas en función del libro que a él también el interesa que esté bueno. El laburo en equipo es una experiencia alucinante. No sé si hubiera escrito una primera novela sola. Nos íbamos a Mar del Plata y nos cagábamos de risa escribiendo. O por ahí estábamos horas hablando por teléfono de la novela, y hablábamos como si fuéramos los personajes. “Y yo digo tal cosa…”: yo era Bárbara en ese momento.

Mercedes: Todos nos dicen el comentario psicoanalítico: “¿cómo yo?”. Hay un momento que tenemos que encarnarlo un poco. Igual es muy claro que Bárbara no tiene nada que ver con Fer.

Fernanda: ¡Si yo soy bárbara me muero! Escribir de a dos fue muy divertido… siempre y cuando te lleves bien. Porque somos mejores amigas y pudimos haber quedado como enemigas. Hay que controlar los egos, controlar los caprichos. Si no, no funciona: por capricho podés estar cagando al otro.

Mercedes: Cuando uno está solo se puede bancar un propio capricho, pero cuando estás escribiendo con en pareja hay que acordar.

Fernanda: Eso: formamos una pareja.

No hay comentarios:

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...