sábado, 24 de abril de 2010

Los muertos de Jorge Carrión


19/04/2010
Glosa política a Los muertos de Jorge Carrión



Por Fabrizio Tocco (Desde Barcelona)

Creo que soy una de los pocos dinosaurios que aún no vio ni un capítulo de Lost, The Wire o Six Feet Under, que le pasó desapercibida la serie The Sopranos, que no ha leído nunca ni una página de Watchmen. Debo reconocer que Blade Runner me aburrió. Por supuesto que no me jacto de ello. Lo aclaro, simplemente, para ratificar que la última novela de Jorge Carrión, titulada Los muertos, puede disfrutarse a pesar de la más completa ignorancia en cuanto a series televisivas, cómics y a estética cyberpunk se trate. Desde el consagrado escritor Juan Goytisolo hasta el prestigioso teórico José María Pozuelo Yvancos pasando por todo el espectro del periodismo cultural actual; la crítica ha sido unánime al celebrar la aparición de Los muertos en la escena literaria española. La novela sintetiza en poco más de 150 páginas un intenso universo autónomo, bebiendo explícitamente (entre muchas otras fuentes) de la tradición argentina, desde Borges hasta Piglia.

Nadie ha sido capaz de escribir sobre Los muertos sin spoilers. No seré la excepción. Simplificaré, primero, la compleja estructura de la novela. El texto se divide en dos grandes secciones que a su vez consisten, respectivamente, en dos fragmentos narrativos y en dos ensayísticos. Las narraciones, intercaladas por los ensayos, cuentan con ocho apartados. Los ensayos (un claro ejercicio de ironía contra la crítica académica) revelarán al lector que las narraciones, en realidad, son dos temporadas televisivas de una serie homónima, Los muertos, creada por unos misteriosos y divertidos guionistas, George Carrington y Mario Alvares, cuyo éxito mediático es descomunal en el mundo de principios de siglo XXI. Los ocho apartados, en realidad, son los ocho capítulos pertenecientes a cada temporada de esta serie ficticia. A su vez, los ensayos están firmados por académicos españoles (también ficticios) que intentan interpretar la serie televisiva con herramientas teóricas. Tal vez en estos ensayos se pueda rastrear la única alusión tácita a la figura de James Joyce que pueda sugerirnos el título de la novela (además de la somera mención explícita del cuento joyceano al final de la trama). Se trata de aquello que Lacan (y después Zizek) denominó Joyce, le symptôme: la escritura de una ficción condicionada por una auto-crítica hecha por el autor en función paranoica de lo que la crítica literaria podrá señalar una vez publicada esa ficción. Carrión, mediante sus heterónimos académicos, hace una crítica de su novela antes que los críticos lo hagan por él. Estos ensayos, finalmente, son una oda sofisticada a la literatura fundada por Pierre Menard.

Se ha comparado Los muertos con las series televisivas a las que evoca explícitamente el texto, las mismas que mencioné en el primero de estos párrafos. Se ha destacado sus innegables logros formales: sobre todo el juego lúdico y lúcido con la irreconciliable dicotomía entre el lenguaje literario y el audiovisual; la intertextualidad no ya literaria (tan en boga) sino cinematográfica y televisiva importada a la literatura (es divertidísima la escena en donde Tony Soprano quiere repartirse el terreno de una Nueva York en ruinas con Michael Corleone). Esta intertextualidad tiene un objetivo también muy claro: desafiar la institución de la literatura con mayúsculas, la canonizada por la academia. El desafío radica en demostrar que es posible integrar los productos populares de consumo actual en la ficción literaria. Productos de la cultura de masas (desde el best-seller, hasta el thriller sci-fi pasando por las distintas modalidades del mundo audiovisual y el cómic), históricamente despreciados, infravalorados e ignorados por gran parte de la crítica académica.

Pero, como ha insinuado Goytisolo, Los muertos no es tan sólo un homenaje a los productos televisivos con la finalidad de legitimar su discurso en el marco literario. La primera novela de Carrión participa también de distintos géneros que apenas cultivan sus contemporáneos: el de la novela ucrónica y distópica de ciencia-ficción, marcado por una latente crítica política. Si tuviera que elegir una película actual afín a Los muertos sería District 9, donde el futuro distópico es pretexto para hablar sobre otras cosas (sea la xenofobia o la identidad colectiva), más humanas y universales que el realismo tradicional de las letras españolas. Una ucronía distinta a las de Phillip Dick o de Michael Chabon; una distopía que tal vez no siga rigurosamente la tradición de Wells, Zamiatin, Huxley, Orwell o Bradbury, pero que participa irremediablemente de ellas y las actualiza. La ucronía se manifiesta en la primera temporada, que transcurre en unos extraños años noventa. La distopía aparece en la segunda temporada, que transcurre en la década que hemos comenzado a vivir este año, donde Hillary Clinton (que lejos de ser una coqueta sexagenaria será una síntesis femenina y negra de Obama) es la presidenta de los Estados Unidos y donde Sarkozy se suicida por razones misteriosas.

Como la estructura, la trama de la novela (a pesar de Carrión) ha sido desvelada de modo inevitable y fragmentario por la crítica periodística, debido a su alto nivel de complejidad. Otra breve simplificación se hace necesaria para continuar con estas líneas. Los muertos narra la construcción y destrucción de un mundo fantástico, en el que los seres humanos, llamados “los nuevos”, dejan de nacer de vientre de mujer para “materializar” su alma vieja en un cuerpo adulto nuevo, que aparece sin más, desnudo en las calles de Nueva York. Humanos que acabarán por “desintegrarse”, pulverizarse en el vacío, en vez de morir. Los muertos escenifica un nuevo paisaje escatológico, tan acorde con nuestro volkgeist actual de 2012 y presuntas pestes pandémicas, donde los personajes de nuestras ficciones renacen en cuerpos aleatorios.

En alguna entrevista, Carrión reveló que su último libro quiere hablar de la Guerra Civil desde un foco distinto al tratado por escritores como Muñóz Molina. Creo que los críticos no han subrayado lo suficiente el hecho de que Los muertos habla (y mucho) sobre el ser extranjero en la actualidad. El escenario coincide con el de la última novela de Rodrigo Fresán (El fondo del cielo es otra “narración íntima del fin del mundo”). Y la elección de Nueva York para la narración de Los muertos no es vana, si entendemos la novela como una reflexión alegórica sobre la inmigración. Nueva York, a diferencia de Buenos Aires, nunca paró de recibir inmigrantes y, a diferencia de Europa, consumió inmigrantes desde su nacimiento. “Los nuevos” se presentan como metáforas patentes de inmigrantes que viven en una Nueva York donde los autóctonos (al fin y al cabo como en cualquier ciudad) ya no existen.

¿Son reencarnaciones budistas casi conscientes de su anterior vida “los nuevos”? ¿Son una variante de los zombies del siglo XXI? Lo que está claro es que comparten una obsesión: la búsqueda por la identidad y la memoria. En los grupos que los “nuevos” construyen en Nueva York, se ha visto una metáfora de las redes sociales que produjo la Web 2.0. A mí me recuerdan las comunidades que los inmigrantes fundan en los países que residen, aquellas donde construyen un pasado que no tienen muy claro si han vivido, donde ficcionalizan sus orígenes nacionales, su idiosincrasia, sus hitos étnicos, sus presuntos lazos comunes en torno a una dudosa gemeinshaft perdida. “Los nuevos” (como un extranjero) cuentan con un pasado que deben olvidar (reprimir) para “materializarse” (siguiendo la línea, para asimilarse en la nueva sociedad en la que vivirá) y, finalmente, “desintegrarse” (morir sin generar duelo ajeno a nadie). Las “interferencias” que reciben de sus vidas pasadas, previas a la materialización, acaso sea una suerte de metáfora tecnológica de la nostalgia por ese tiempo (u espacio) suprimido.

“Los nuevos”, como el protagonista de District 9, son imágenes de individuos donde se condensa la alteridad actual con la identidad pretérita. Los adivinos, hermeneutas encargados de asignar una identidad a los “nuevos”, serán buscados desesperadamente para que realicen la lectura profética de sus ayeres. Goytisolo acuñó la idea de “angustia identitaria” para describir uno de los temas que subyacen (para él, de forma oblicua) en la trama de Los muertos. Dicho síntoma, rabiosamente actual, es un ejemplo tan válido de la estricta contemporaneidad de la novela como lo son los artefactos formales, destacados de modo recurrente por la crítica.

(Tomado de http://hablandodelasunto.com.ar/?p=6098#more-6098

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