martes, 18 de mayo de 2010

Fogwill, la argentinidad al palo



Fogwill, la argentinidad al palo
18-05-2010 | Fogwill, Guillermo Belcore

(Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=7870 )

Una lectura de los Cuentos completos de Fogwill.

Por Guillermo Belcore. Foto: Lucio Ramírez.

cuentos completosEstas líneas oportunistas hacen eco a un reciente perfil de P.Z. El propósito, empero, es noble: recomendar un libro imprescindible que se ha publicado el año pasado. El sello Alfaguara atesoró en un volumen de más de cuatrocientas cincuenta páginas (¡ah los libros gruesos!) todos los cuentos que Fogwill escribió y no considera descartables. Su valor es extraordinario: no sólo encierra decenas de historias interesantes (con sexo, drogas y alcohol) y algunas hipótesis brillantes, también incluye el mejor nomenclátor del habla de los argentinos.

Karl Kraus, el máximo autor satírico en idioma alemán, recomendaba frecuentar una sola clase de escritor . “La lengua es la única quimera cuyo ilusorio poder es infinito, algo inagotable que impide que la vida se empobrezca. Que los hombres aprendan a servir a la lengua”, sentenció en las postrimerías de la Viena imperial. Servir a la lengua es explotar el poder y la belleza de las palabras y sus combinaciones. En eso consiste -supongo- el arte de escribir bien. Desarrollar un estilo personalísimo atento a la fuerza espiritual y física de la lengua. Tengo para mí que la miseria expresiva -tan patente en ciertos narradores de la nueva camada- es capaz de estropear una buena anécdota. El texto indigente no es literario, es un cachivache. Estoy convencido de que la elección de los adjetivos o el dominio de la metáfora son tan decisivos como la construcción de los personajes. Bueno, Fogwill es precisamente -y por encima de cualquier otra consideración- un servidor de la lengua, uno de esos artistas que justifican la definición de Heidegger del lenguaje como casa del ser.

fogwill

Es notable la capacidad de Fogwill para escoger el vocablo perfecto. Cuando nos recalca en “Dos hilitos de sangre” que los taxistas cincuentones, víctimas de una rara epidemia, salen a pucherear, no hay, pienso, en todo el universo argentino un término más preciso que ése. Pucherear, ¡qué bonita palabra! Como maula, u otario, o gualdrapeo, o chitrula, o granujadas. Fogwill dice mucho con una rara economía verbal (al contrario del Fogwill columnista o personaje de las entrevistas). ¿Lo habrá aprendido de Borges, a quien en el reportaje de P.Z. reconoce como su gran influencia? Recuerdo que Borges escribió que en cierta pulpería rosada vendían “alcohol pendenciero”. Observen la expresión: “alcohol pendenciero”, en sólo dos palabras aprehendemos la idea de que en el lugar se arman terribles trifulcas entre borrachos. ¡Con sólo dos palabras! Eso es talento expresivo, con sólo dos palabras se evita la monótona repetición de palabras a la que nos vemos obligados los que integramos el pelotón del medio. ¿De qué recoveco de la imaginación surgen los diálogos tan filosos como avaros que urde Fogwill o las sublimes asociaciones borgeanas, tipo “pánica llanura”?

Coincido con el prólogo excelente de Elvio Gandolfo, el volumen que hoy releo tiene algunos de los mejores relatos que ha engendrado la Patria. Escribí hace un tiempo que el hilo dorado que atraviesa el variadísimo repertorio de Cuentos completos es la ambición lingüística, el rigor semántico y la captura de un habla. Fogwill ha confinado al papel la jerga de la marinería, los clichés de una generación, las alucinaciones del intoxicado con drogas o con lujuria, las sinestesias del sueño, la singularidad del hampa o del snob, el arte de injuriar. Les aseguro que el caudal es im-pre-sio-nan-te. Las red de palabras me abdujo y -no sé ustedes- pero eso es justamente lo que le he venido exigiendo a la literatura desde la tierna infancia: un ilimitado oasis donde mi yo hedónico pueda evadirse de la estúpida realidad. Dicho con palabras de Nietzsche -otro gran servidor de la lengua- “contamos con el arte para que la verdad no nos destruya”.

PD: Este símil magnífico es de Fogwill: “inmóvil como punga en requisa“.

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Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...