jueves, 7 de octubre de 2010

Entrevista con Alan Pauls

Entrevista con Alan Pauls


Octubre 6th, 2010 · No Comments

Salió un nuevo número de La Tempestad, esa revista mexicana tan bien diseñada que ni siquiera mis textos logran afearla.

Acá abajo, pego la entrevista completa con Alan Pauls.

por Maximiliano Tomas

En la planta baja del edificio donde Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) escribe y lee todos los días, frente al Jardín Botánico de la ciudad, hay una placa que dice que allí vivió sus últimos años Macedonio Fernández, el único escritor que Jorge Luis Borges reconocía como su maestro. Pauls, autor de novelas como Wasabi, El coloquio, El pasado (Premio Herralde 2003), también es autor de ensayos. El más importante, tal vez, se titula precisamente El factor Borges. En el mundo de la literatura, como se ve, no existen las casualidades.

Pauls es uno de los prosistas más notables de la literatura argentina actual, literatura pródiga en prosistas. Luego de la enorme difusión que tuvo El pasado (llevada al cine por Héctor Babenco), tour de force en el que trabajó cinco años, Pauls comenzó una trilogía en la que revisa lateralmente la historia de pasión, libido y sangre compuesta por los vaivenes de la militancia guerrillera argentina a comienzos de la década del 70, que terminaría aplastada por la dictadura militar con un saldo de 30 mil muertos y desaparecidos.

Lo hace, queda dicho, desde una posición descentrada, con la memoria como eje central, a través de una suerte de ascesis radical de la trama: fraseología y estilo. Luego de Historia del llanto, que establecía el programa de lo que vendría, acaba de aparecer la segunda parte del proyecto, Historia del pelo, y Pauls acaba de comenzar el último tomo, que se llamará Historia del dinero.

-¿El proyecto de esta trilogía de nouvelles funcionó como un antídoto contra la inmersión de años de escritura de El pasado?

-Este proyecto de novelas más cortas es una idea más antigua. Mis ganas estaban ahí, siempre que pensaba sobre los años 70 en la Argentina con un deseo literario. Y también me atraía la idea de volver a un formato breve, que antes practicaba con mucho placer, para cortar con esa temporalidad medio claustrofóbica de escribir una novela tan obsesiva como El pasado. Pero lo que más claro tuve en ese momento fue que quería volver a escribir literatura, textos que tuvieran el espesor de la literatura. Porque me había impresionado mucho lo que había sucedido con El pasado: lo primero que desaparece en un libro cuando tiene alguna repercusión es su condición de literatura. Queda una especie de contenido puro. La prueba más categórica de eso era cuando en las entrevistas me hacían preguntas sobre el amor. Hubo un malentendido ahí, porque todo lo que sé como escritor sobre el amor está en esa novela. No tengo ninguna competencia en el tema, no tengo ideas, soy una víctima del amor como cualquiera. Pero eso es algo medio fatal que pasa con los libros. Y me impresionó ese efecto social, porque era un libro literario, espeso, lleno de capas y planos, pero la imagen que se me devolvía del libro era como un crristal a través del que se podía ver una experiencia en bruto del amor o la pasión. Yo, que siempre fui un enemigo de la doctrina de la transparencia literaria. Así que cuando empecé a trabajar este proyecto de trilogía tenía esa idea fija en la cabeza. Volver a la literatura, atrincherarme en la literatura, que nadie pueda leer en lo que escriba otra cosa que literatura. Como un reflejo beligerante.

-Y también parece haber un vuelco a la ascesis de la trama. De hecho en Historia del pelo las alusiones políticas aparecen recién hacia el final del libro.

-Es que a mí la trama no me dice nada, y me dice menos cuando está en una posición dominante. Es lo que quería evitar a la hora de meterme con los años 70. Esa trama ya está sobreescrita, incluso por el libreto de la historia. A mí la política no me interesa como algo encarnado en una trama, porque automáticamente reparte funciones, papeles, valores, y yo busco centrifugar todo eso. De hecho estos tres libros tienen que ver más bien con la invención de una sensibilidad formada a la luz de los años 70 en la Argentina. Cómo se crea una sensibilidad, ese campo sensible donde fermenta todo, eso es lo que me interesa. Donde las categorías más específicas y consensuadas de la política se entrelazan con las pasiones más bajas, con los fantasmas más primitivos, con los peores deseos. Esa especie de caldo, porque la cultura de los años 70 es un poco eso. El modo en que hoy todavía seguimos siendo herederos de esa cultura tiene que ver con que seguimos chapoteando en una sensibilidad, en un modo de percepción. Además tenía la sensación de que en la Argentina había una especie de retorno total, no sólo de ciertas figuras políticas, sino sobre todo la idea de que se reinstalaba una sensibilidad de época a la vez extraordinariamente anacrónica y pertinente como la de la década del 70. Esa es una operación de sensibilidad política increíble de parte de los Kirchner. Haber repatriado discursos, retóricas, frases hechas, gesticulaciones, comportamientos, maneras de pensar, estilos de vestir… y que eso suene pertinente o necesario, bienvenido, es algo raro pero que no se puede dejar de reconocer.

-No le incomoda estar trabajando desde la literatura esa zona que al mismo tiempo atraviesa permanentemente el discurso político y de los medios de comunicación, es decir, del poder?

-Es que la ficción o el arte en general lo que permiten es poner eso en escena sin quedar pegado, permite trabajar con esos materiales no necesariamente como posiciones a las que hay que adherir. Por eso los libros tienen una relación rara con la coyuntura, con el presente y con los años 70. Los míos son libros en los que el héroe se pregunta todo el tiempo “¿pero yo no tendría que haber participado, estado más cerca de la acción, de los hechos?”. Y esa distancia inconsolable que tiene el héroe con respecto a la historia que vive es lo que hace que la ficción pueda operar con esos materiales sin arder con ellos.

-Cuando menciona experiencias artísticas que tienen a la militancia revolucionaria argentina como centro suele referirse a películas o documentales. ¿No tuvo en mente ninguna obra literaria?

-Es que no conozco mucho. Está lo de Guillermo Saccomanno o lo de Félix Bruzzone en Los topos, tal vez. ¿Hay otra ficción argentina sobre los años 70?

-Quizá los libros de Martín Kohan…

-Pero él trabaja sobre la dictadura. En estos libros lo que yo trabajo son como mojones, mojones muy pop, como el dulce de leche o los obeliscos de la historia política argentina (el secuestro y asesinato de Aramburu, o la caída de Allende en Chile). Esas fechas o coágulos históricos. A mí lo que me interesa de los años 70 es la primera parte de la década: la militancia, el sueño, la utopía, el delirio, el suicidio, la pasión, la intensidad, esa especie de trance. El momento en el que no podés no estar ahí adentro. Todo eso con un nivel de libido como probablemente no haya habido nunca en la historia argentina. La dictadura me interesa menos, ya está casi todo dicho. Pero alrededor de la época previa había zonas que quedaban afuera: había gente que decidía no militar, que tenía ideas políticas coincidentes con agrupaciones revolucionarias pero que no participaban del proyecto de tomar las armas.

-Como voces que no tenían relato.

-Es en ese sentido en que me interesan a mí como escritor. Me interesan esos fenómenos de participación parcial, como el héroe de estas novelas. Una especie de groupie del ERP o de Montoneros que nunca puso un pie en ellos, que tiene una distancia insalvable con esas organizaciones. Ese es el campo difuso, proteico, confuso, de lo que llamo una sensibilidad. Ese héroe no cayó, no fue preso, no desapareció, no se tuvo que exiliar, pero a la vez quedó inyectado con esa sensibilidad, y con ella sobrevivió la dictadura, creció, se formó y salió al mundo democrático. Ese itinerario es el más interesante, porque de ahí salen discursos complejos, ambivalentes, hibridos, mestizos, que no saben muy bien qué tienen que decir. Porque los militantes siempre saben lo que tienen que decir. Pero en esa franja sensible también puede interrogarse perfectamente la política y la historia argentina de los 70.


Tomado de http://www.tomashotel.com.ar/archives/3624

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