sábado, 15 de enero de 2011

Poeta

Una poesía para el cancionero

POR JORGE AULICINO


En las tres últimas antologías importantes de la poesía argentina, María Elena Walsh está incluida, mayormente con canciones. Se trata de “Los cien mejores poemas de la poesía argentina”, de Juan Carlos Martini Real (Corregidor, 1974), la ambiciosa recopilación en tres tomos que Raúl Gustavo Aguirre realizó para la librería Fausto en 1979, y la reciente “200 años de poesía argentina” de Jorge Monteleone, publicada por Alfaguara. Martini Real, como ahora Monteleone, no hicieron diferencias entre canciones y poemas, y también incluyeron letras de tango en sus compilaciones, aunque no demasiadas letras de canciones de otros géneros populares. Es claro que María Elena Walsh recurrió a la baguala, al carnavalito y a otros ritmos folclóricos para su cancionero infantil. Pero pocas letras del cancionero folclórico figuran en las antologías de poesía argentina. Walsh, o por su enorme popularidad en las capas medias de la población urbana, o por la modernidad de su inspiración, basada tanto en la literatura paradojal de Lewis Carroll como en la imaginación del coplero (El pobre del armadillo / ‘ta muy malo en su aposento / arreglando sus cositas / haciendo su testamento), obtuvo el privilegio de que sus letras estuvieran junto a grandes poemas de la literatura argentina, un lugar que no tuvieron “La Tristecita”, de María Elena Espiro, “La Nochera”, de Jaime Dávalos o “La Telesita”, de Agustín Carabajal, así como tampoco las antiguas coplas anónimas que ella misma cultivó: “aquel –diría su compañera, Leda Valladares– canto milagroso que habita en los ranchos y montañas del norte argentino”. Las letras que hicieron populares a María Elena son a la vez modernas y antiguas, europeas y americanas: la imaginería y el ritmo folclórico guardan misteriosas semejanzas en los dos continentes. Pero la Walsh era también una estupenda poeta literaria, formada en la poesía tradicional española y luego marcada por los cambios de lenguaje y ritmo de mediados del siglo XX. Sólo una enorme cultura podía alimentar esa enorme popularidad. En el trasluz de su figura y de su cancionero está su dimensión poética mayor.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...