sábado, 12 de febrero de 2011

Virilidad de Cynthia Ozick

Conociendo a la anciana dama

Sobre Virilidad de Cynthia Ozick

por Quintín

Atraído por alguna reseña favorable (creo que Tabarovsky habló de la autora en la contratapa de Perfil), me puse a leer Virilidad (1971) de la octogenaria americana Cynthia Ozick, un librito (90 páginas) editado por Bajo la luna. Fue una buena idea y al libro se le puede aplicar sin ponerse colorado adjetivos como “delicioso” o “irresistible”. Es una de las mejores fábulas sobre escritores que yo haya leído y, con su toque fantástico, podría integrar una trilogía inmortal con El cuento más hermoso del mundo de Kipling y el cuento fetiche de las Peripecias del no de Chitarroni: Enoch Soames de Max Beerbohm.

De hecho, Virilidad es una especie de Enoch Soames al revés, porque está contado desde el futuro hacia el pasado. El libro empieza cuando un periodista que ha superado los cien años visita la tumba de un poeta que conoció en su juventud. Lo peculiar de la situación es que el mundo ha llegado a una etapa en la que ya no hay poetas y el reconocimiento literario, que ocupa el centro del cuento, es una noción en desuso. De hecho, ya no hay siquiera cementerios, salvo como recordatorios del pasado.

Justamente en eso radica mi dificultad. ¿Cómo puedo convencerlos de que, durante un intervalo de mi extensa vida, hubo un momento en el que un poeta —como ya he dicho, un hombre común y más bien ignorante— era alguien reconocido, y abundantemente reconocido, y magníficamente reconocido, y hasta estupendamente reconocido? Por supuesto, ustedes nunca habrán oído habar de Byron, y nadie está más eclipsado que el querido Dylan; ni tampoco diré que Edmund Gate haya alcanzado nunca ese nivel.

Luego viene el flashback y allí se cuenta la historia del tal Edmund Gate, seudónimo de Elia Gatoff, un judío ruso que llega adolescente a Nueva York y consigue que el periodista le dé trabajo como cadete en su diario. Gatoff quiere ser poeta pero como Caharlie Mears, el personaje de Kipling, carece de todo talento. Su inglés es deficiente y el tipo no tiene siquiera pasión por la lectura. Es una bestia y lo único que tiene de poeta es una descomunal ambición por llegar a serlo, pero es tan malo que no consigue publicar un poema ni en los revistas más infames. Para colmo, tiene otros defectos: es sucio, desagradable, mentiroso y aprovechador. Tanto que se introduce en la vida del periodista y hasta le usurpa la casa.

Pero un día ocurre el milagro. El periodista se va a la guerra y, a la vuelta, se encuentra con que Elia se llama Edmund Gate y ha publicado, en una editorial importante, un primer libro de poesía llamado Virilidad. Pero la bestia no solo ha logrado publicar, sino que se ha transformado desde la nada en un gran poeta. Y ha dejado de ser un tipo maltrecho y peludo para convertirse en un ícono sexual (para los lectores atentos de LLP, todo parecido con Garcés es pura coincidencia), un macho arrasador que provoca desmayos masivos en sus recitales y seduce a todas las mujeres, empezando por la mojigata hermana del periodista.

El triunfo de Gate es vertiginoso, pero el vate muere a los 26 años tras algunas peripecias geniales que no se deben revelar aquí. O no muere, porque cuando termina el flashback se le aparece (o es un fantasma) al periodista delante de su propia tumba.

Ozick es inteligente, ligera, profunda, entretenida, sutil. No se priva de ejercer un agudo feminismo, lo que le agrega al cuento un costado desopilante. Es un estilo que tiendo a identificar sin demasiada precisión con la prosa del New Yorker, aunque es un poco demasiado sarcástica para dar exactamente ese tono (de hecho, no sé si alguna vez escribió allí). Es una literatura menor-mayor. Cuando Ozick habla del nivel al que llega Gate y lo compara con Byron y Dylan (supongo que Dylan Thomas) dice: “tampoco diré que haya alcanzado ese nivel.” Tiendo a pensar que Ozick no alcanza ese nivel. Pero tampoco sé qué nivel sería ese. Virilidad es un libro perfecto, casi un gran libro.

Tomado de http://www.lalectoraprovisoria.com.ar/?p=2692

No hay comentarios:

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...