domingo, 28 de agosto de 2011

Miren Agur Meabe

MEABE, Miren Agur

(Lekeitio, 1962)

Hablar de mis poemas es hablar de mi misma, y puede que hablar de mi misma suponga también hablar del lector.

En mi opinión, la poesía es como una red que va más allá del poema, atrapando realidades que tienen incidencia en nosotros. El poeta dirige su mirada a la vida (a la naturaleza y a la sociedad, a los sucesos y a las personas, a los espacios lógicos y a los lugares mágicos) y después, por medio de un ejercicio de asimilación, busca en su interior las palabras que dan cuenta de los delicados tejidos que componen esas "cosas de la vida".

Por dicho motivo, reivindico el valor del sentimiento en la manera de aprehender las cosas. Porque lo que es cambiar, la poesía no puede cambiar nada: ni la historia, ni el presente, ni la humanidad.

Yo misma escribo para ordenar las estanterias de mi interior, para poner al día mis recuerdos, para racionalizar mis miedos, para analizar las huellas de una vida paralela... para no olvidar quién soy. En ese sentido, la poesía es una solución creada por la necesidad de aplacar la sed y el pánico. Y para hacer frente a la sed y al pánico tiendo la mano a la cotidaneidad.

Por decirlo de otra manera: compongo radiografías caleidoscópicas. Por eso son uno el yo autor y el yo poético. Y me resulta elemental la dimensión erótica de la memoria recuperada a través del onirismo, puesta al servicio del poema.

En cuanto al resultado final, me conformo con conseguir mantener el equilibrio entre la transparencia, la comodidad y la elegancia a la hora de lanzar el mensaje. Por eso, no busco la perfección sino la belleza; no busco la verdad sino la autenticidad; no busco la transcendencia sino la intensidad.

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(© Estibalitz Ezkerra)

Miren Agur Meabe nació en Lekeitio, Vizcaya, en 1962. Se diplomó en Magisterio, dentro de la especialidad de Ciencias Sociales, así como licenciada en Filología Vasca. Durante unos años fue profesora en una ikastola de Bilbao, pero desde 1990 se dedica a la dirección y gestión editorial dentro del grupo Giltza-Edebé. En 1986 publicó el libro de cuentos Uneka... Gaba (Por momentos... la noche; Labayru), y cuatro años después su poemario Oi, hondarrezko emakaitz! (¡Oi, mujer de arena!; publicado a modo de separata por la revista Idatz & Mintz en 1999) recibió el premio otorgado por el Ayuntamiento de Lasarte-Oria. En 1997 su poemario Ohar orokorrak (Notas) fue premiado dentro del concurso Imagínate Euskadi. Varios poemas de los citadas obras sirvieron a la autora para sentar las bases de su obra más ambiciosa: el poemario Azalaren kodea (Susa, 2000; El código de la piel, Bassarai, 2002).

Según explica la crítica literaria Iratxe Gutierrez, el protagonista de la poesía que nos muestra El código de la piel es «el yo femenino que habla en primera persona». «Esta protagonista trata de librarse de la servidumbre del idioma. Pues ésta condiciona las relaciones con los otros, imposibilitando la comunicación. Es más, la servidumbre hacia el idioma nos lleva al recuerdo, y no podemos zafarnos de los colpes de la memoria. Por eso ve necesario librarse de ese lastre y encontrar otro tipo de sistema, de código, que posibilite a su vez otro tipo de comunicación: se decanta claramente por la piel. Y en ese intento de exteriorizar los sentimientos y las preocupaciones, en lugar de 'despellejarse' optará por la transparencia de la piel; de hecho, cree que es necesario recubrir el cuerpo con un nuevo código» (in Gutierrez, Iratxe. Idatz & Mintz, noviembre de 2001).

Según señala Iñaki Aldekoa, «como en André Breton, el abrazo poético es como el abrazo carnal, y, mientras dura, prohibe caer en la miseria del mundo. La poesía es un reconocimiento y un desconocimiento, un viaje y una exploración de los cuerpos, del misterio que los habita: una tentativa desesperada de aprehender su secreto último» (in Aldekoa, Iñaki. Historia de la literatura vasca, Erein, San Sebastián, 2004).

En opinión de la propia autora, «a lo largo del libro se subraya una y otra vez la necesidad de expresarse, pero la comunicación absoluta es imposible. Muchas veces las palabras no nos ayudan a ser más libres —aunque sí nos hacen sentir que lo somos—, y estropean las cosas en lugar de arreglarlas. (...) ¿Qué nos queda para poder conectar con el otro cuando las palabras son incapaces de ello, cuando son pocas o excesivas, cuando son demasiado brillantes o demasiado harapientas? Sólo quedamos nosotros, nada más: simple piel, herramienta limitada. Y decir piel es decir cuerpo, y decir cuerpo es decir el ser» (in Autores varios. Poetikak & Poemak, Erein, San Sebastián, 2005).

Ya que mencionamos al ser, se puede decir que El código de la piel es una obra muy personal, o utilizando las palabras de la propia Meabe, muestra al lector una «radiografía caleidoscópica» de la poeta. Dicho concepto lo explica la de Lekeitio en los siguientes términos: «Es una radiografía puesto que deja mi mundo interior a la vista. Es caleidoscópica porque muestra las pequeñas piezas que componen mi ser, piezas móviles, imagen de un todo en permanente cambio. Son mis experiencias las que danzan en el visor del caleidoscopio. Cuando digo experiencia no sólo me refiero a los hechos objetivos y verificables. Un recuerdo, un pensamiento existencial, una fantasía, la sensación física que te deja una mirada... esas también son experiencias, independientemente de que se materialicen o no en un plano real» (AAVV, op. cit., pág. 56).

Dentro de esas experiencias deberíamos situar, además del rastro que el pasado deja en el presente, a los sueños en el que el erotismo cumple un papel esencial. Según Meabe, «esa voz que explica su erotismo disfruta enormemente con la dimensión erótica de la memoria recuperada a través del onirismo» (AAVV, op. cit., pág. 57). Gutierrez cree ver cierta relación entre esa exteriorización del deseo sexual de la mujer y los postulados de Hélène Cixous, puesto que la autora de Le rise de la Méduse propone una escritura que beba del inconsciente y del líbido.

El código de la piel recibió el premio de la Crítica en 2001. Un año después, la autora recibía el premio Euskadi en la modalidad de literatura infantil y juvenil por Itsaslabarreko etxea (Aizkorri, 2001; La casa del acantilado, Edebé, 2004). Tras esa publicación Meabe ha continuado escribiendo literatura infantil y juvenil, muestra de ello son Bisita (La visita; Gara, 2001), Joanes eta Bioletaren bihotza (El corazón de Joanes y Bioleta; Elkar, 2002), Etxe bitan bizi naiz (Elkar, 2003; Vivo en dos casas, Editores Asociados, 2003), Nola zuzendu andereño gaizto bat (Giltza, 2003; Cómo corregir a una maestra malvada, Edebe, 2003), y Amal (Gara, 2003).


Tomado de http://www.basqueliterature.com/es/Katalogoak/egileak/meabe

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