miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los efectos de esos monstruos que asolan el mundo


El dios reflectante
Javier Calvo



PILAR CASTRO | Publicado el 10/07/2003


Si arriesgó Javier Calvo (Barcelona, 1973) con los relatos de su primer libro, Risas enlatadas, despertando la sorpresa y la admiración de cuantos repararon en su hilarante sentido crítico combinado con unos recursos de originalidad poco frecuente, no les quepa la menor duda de que la apuesta es más contundente con esta primera novela, El dios reflectante: una historia construida con los recursos de un cinéfilo y las maneras de un escritor nada convencional para dar respuesta novelesca al desconcierto y al caos que reinan en la vida cotidiana. Ese sería un apretado resumen de su intento, pero la perspectiva y el tono escogido, los personajes y sus peripecias logran una formidable representación de la realidad y de los monstruos que la habitan, monstruos de la talla de la soledad, el miedo, capaces de efectos devastadores sobre sus víctimas.

Es una historia diferente, compleja, difícil de leer y de digerir si no es con reposo, imposible de calificar con adjetivos al uso; entraría en esa categoría de relatos inquietantes y asombrosos. Y es un libro que suma un tanto a la talla literaria de este autor. Detrás hay un enorme esfuerzo constructivo, visible en el plano argumental, desarrollado a través de múltiples secuencias cinematográficas que narran, simultáneamente, el proceso de un rodaje (el de la película titulada Estupidez terminal) y la realidad real de todos los que interfieren en él, seres sumidos en sus crisis vitales. Desde su director, un cineasta de culto que sirve de excusa para exponer las razones sobre el genio y la integridad de creador, hasta el menos relevante de los actores.

Todos al servicio de la idea de ofrecer una “explicación holística del mundo” -en palabras de un personaje- y, como tal, no exenta de comedia, y, por tanto, atenta al conjunto de los personajes sin perder de vista el objetivo de narrar la variedad de sus “síntomas”. Todo para brindar, a través de esta singular sinfonía de voces y tiempos dispares, a través de un brillante uso de la metáfora y la parodia, un eficaz diagnóstico sobre los efectos de esos monstruos que asolan el mundo y cada una de sus partes. En esencia, de esto habla quien cuenta lo que cuenta ese dios reflectante.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...