sábado, 15 de octubre de 2011

El aire estaba vivo

"Sin embargo lo que había entre ellos era más evidente para mí que si me hubieran tocado. No podía pasar entre los dos: el aire estaba vivo, lleno de chispas y agujas ardientes. Sus cuerpos, como el hierro y la piedra imán, se atraían y me rechazaban; y si yo me resistía con obstinación, se acercaban con fuerza suficiente para aplastarme.
Algunos días veía señales, las pequeñas marcas de unos dientes en el brazo de él, una mordedura en el cuello. O sentía en su piel una fragancia, una calidez como la del sol por la tarde. A la mañana, antes de que se bañaran en el Matchimanito, despedían un olor animal, embriagador y salvaje, y en ocasiones, al atardecer, sus dedos dejaban una huella viscosa y brillante como los caracoles. Me daban dolor de cabeza. Una sensación opresiva se difundía entre mis piernas y me hacía daño. Los pezones se me erizaban y una ansiosa pesadumbre se apoderaba de mí."


Huellas, de Louise Erdrich

3 comentarios:

Florencia dijo...

Qué intensidad palpita en estos fragmentos, Irupé! Tendré en cuenta este libro, lo sumaré a la lista infinita de libros por leer...Ojalá pudiéramos leer todo aquello que vale la pena dentro de los pequeños límites de nuestras vidas!

Florencia dijo...

Perdón, Paula, no sé por qué me salió tu segundo nombre!

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

El libro es realmente maravilloso.
Y no me molesta que me llames Irupé, al contrario, me encanta.

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...