sábado, 22 de octubre de 2011

Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura

:: Entrevistas ::
Estudio sobre la Nueva Narrativa Argentina
22-10-2011 | Elsa Drucaroff

Entrevista a Elsa Drucaroff por la publicación del ensayo Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura (Emecé, 2011).



Por Patricio Zunini.



Durante más seis años de trabajo en los que leyó al menos 500 libros de más de 150 autores, la escritora y crítica Elsa Drucaroff se dispuso a analizar cuáles son los efectos que la dictadura militar produjo sobre la nueva narrativa argentina. El resultado es el monumental y controvertido ensayo Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura que acaba de publicar Emecé. En él elabora series y estudia las diferentes “manchas temáticas” que recorren las obras publicadas hasta 2007 de los escritores nacidos a partir 1960. Al tiempo que da cuenta del estado del arte, Drucaroff se ocupa de derribar el mítico enfrentamiento entre “babélicos” y “planetarios”, avanza sobre las razones de la disociación entre los escritores y el público lector, y discute con Beatriz Sarlo, a quien señala como una de las personas que abusa de la “crítica patovica” y lee mal a los jóvenes escritores.

En esta extensa entrevista, Elsa Drucaroff habla de los principales temas de discusión del libro.

Los prisioneros de la torre

Comencemos con una afirmación del prólogo: “la literatura es un laboratorio”: ¿qué experimentos desarrollan los narradores de la postdictadura?

Me encantaría que esa frase fuera mía. La hice mía pero es un hermoso trabajo de Mukarovsky, de la Escuela de Praga, que plantea que la literatura, con la coartada de la ficción, de construir un mundo que no se juzga en una relación de referencia con el mundo real, permite experimentar con cosas que no serían tan fáciles de hacer. En la literatura uno puede preguntarse cualquier cosa sin límites éticos, políticos, ni siquiera lógicos. ¿Con qué se experimenta en la narrativa de la postdictadura? La respuesta que doy es sesgada: desde mi respuesta, que no pretende ser única, se experimenta con la elaboración de los traumas argentinos de un pasado relativamente reciente que recién ahora empieza a procesarse. Pero yo propongo una lectura, no creo que sea la única lectura. La literatura no es sólo un laboratorio: son muchos. Podría haber habido otras respuestas para el mismo recorte. Después de todo, yo llamo “narrativas de postdictadura” y lo justifico, pero es un recorte como cualquiera.

En ese recorte incluís a los nacidos en 1960 que comienzan a publicar en los noventa y llegás hasta los trabajos publicados en 2007. ¿Habías pensado el límite antes de empezar el trabajo? ¿Cuándo definiste el cierre?

Cuando me di cuenta de que el libro no se podía terminar nunca, que no podía terminar de leer porque se seguía publicando y publicando. Tenía que poner un parate.

Llegaste hasta la publicación de Las teorías salvajes de Pola Oloixarac.

El libro de Pola es posterior. Si no recuerdo mal, salió en 2008 o 2009. Yo me propuse ser exhaustiva hasta 2007, pero me permití incluir libros que, aunque salieron después, me parecían realmente significativos. El libro de Pola es significativo, sobre todo desde donde yo leo la narrativa de la postdictadura. Tenía que incluirlo.

Es llamativo que el título surja de un concepto de Ortega y Gasset y que el libro se reivindique como hijo de David Viñas y, sin embargo, seas tan crítica de ambos.

Soy una crítica profunda de Ortega. De él tomé la hermosa metáfora de los prisioneros de la torre como una generación prisionera de las que la sostienen debajo. Ortega no inventó la idea de generación, la difundió. Robó mucho sin citar sobre todo a gente de izquierda o sospechosa de marxismo. Uso una buena metáfora y lo cito porque no le voy a robar aunque sea un franquista de derecha. El caso de Viñas es distinto: yo me siento una hija rebelde y muy enojada, pero hija de Viñas.

¿Más que de Noé Jitrik?

Sí. A Jitrik lo respeto mucho como crítico, pero Viñas tiene una cosa pasional que me fascina. Este famoso artículo de Julio Schvartzman que fue tan criticado, en el fondo le rinde un homenaje. Dice un enorme elogio: Viñas logró hacer de la historia de literatura argentina el relato de una batalla. Y si volvemos a la idea de que la literatura es un laboratorio de pensar la sociedad, es hermoso pensar que es un laboratorio donde se están jugando cosas. Qué leés, cómo leés, qué tradición leés es parte de una batalla. Eso me lo enseñó a hacer Viñas. Como me enseñó también a perseguir manchas temáticas, a hacer series. Soy crítica de las actitudes que tenía en el campo cultural, soy crítica de una especie de setentismo irredento que no le hizo bien en el último tiempo. Pero alguien que escribió Literatura argentina y realidad política puede hacer lo que quiera.
Babel y la Biblioteca del Sur. La ironía de los derrotados y los que llegan después

¿Por qué no te incluiste como parte de la generación estudiada? Naciste antes del sesenta pero no publicaste sino hasta después de la dictadura.

Pero yo no escribo como escriben las generaciones de la postdictadura. Trato de hacer preguntas, de no escribir panfletos, de no bajar línea en el mal sentido, pero escribo desde ciertas certezas, no desde tanto estupor. En el libro planteo que Martín Caparrós, Jorge Dorio, Daniel Guebel, Alan Pauls, yo misma, somos la parte más joven de la “generación de la militancia”. De todas formas construir una generación es un tema cultural, no biológico: Forn es del ’59, pero es claramente de postdictadura. En el libro menciono a Claudia Falcone, que no es escritora, pero que nadie puede negar que pertenece a la generación de militancia: es la desaparecida en la noche de los lápices y es del ‘61. Es un hilo muy finito. En algún momento digo algo como dos generaciones de jóvenes. Yo era joven en 1987, estaba por cumplir 30 años. Era joven en el tiempo que estaba por comenzar a salir Babel, pero no era de la generación de Fresán. Con Carlos Gamerro trabajamos juntos en el CBC y la separación era clarísima: su mirada era la de alguien que llegó a la conciencia política con la masacre, no con el sueño socialista. Eso define a las dos generaciones. Los jóvenes Babel —o grupo Shanghai—, si bien tuvieron una actitud completamente reactiva en cuanto al sueño socialista, tenían la ironía de los que fuimos derrotados. No la de los que llegan después como Fresán.

Con respecto a los escritores de Babel, criticás las obras apolíticas de aquellos años, pero tiempo después desde sus libros han tomado posiciones políticas —Caparrós muy especialmente—. Aunque no entren en el rango límite de 2007, no se menciona, por ejemplo, el proyecto de Pauls con la Historia del llanto, Historia del pelo y la que falta, que es Historia del dinero. ¿Por qué no miraste esos intereses políticos?

En un momento planteo que hubo un cambio político en ellos. Es un cambio muy posterior al 2001 sin que se haya asumido como cambio. Nunca escuché que Pauls planteara que había revisado sus ideologías sobre la literatura, más bien todo lo contrario. En un reportaje reciente de Mauro Libertella para Página/12 al cumplirse veinte años de la revista Babel, Pauls dice muchas cosas que reivindican la vieja postura de Babel sin una situación de crítica. Habla de las posturas que tenían, habla mal de Con V de Vian diciendo que aquellos querían una literatura de entretenimiento, y se contradice completamente porque en el 2007, en el reportaje de Sonia Budassi y Hernán Arias, minimiza por completo la batalla de Babel y dice que era una batalla divertida como las que tenía Los libros con las revistas populistas. Un disparate porque esas polémicas no existieron. Además es algo muy grave minimizar las polémicas de Los libros: polemizar en esa revista en el ‘74, ‘75, era jugarte la vida. Me molesta el tonito “cinicón” livianito en los intelectuales y me molesta en la gente que hizo la revista Babel. Me molesta que cambien en el momento oportuno y que no lo asuman. Esto como primera parte de la respuesta. Luego: ¿por qué no los incluí? No son mi objeto de estudios. Mi propia generación no es mi objeto de estudios.

Está bien, pero hablás de Babel.

Babel es el comienzo del surgimiento de la nueva narrativa. En realidad, yo digo que las primeras obras que logran aparecer como novedad están en Biblioteca del Sur y Babel tenía una relación de promoción de los títulos de Biblioteca del Sur. Fue una relación que no se recuerda, pero que existió. Fui testigo de las charlas en el bar La Paz con Jorge Dorio contando que habían arreglado con Juan Forn para promocionar aquellos títulos de Biblioteca del Sur que les pareciera interesante. En los pocos números en que coincidieron, porque Babel cierra muy pronto, hay publicidades de la editorial Planeta y Biblioteca del Sur. Me parece bien: no hay nada espurio en eso. Lo espurio es negarlo. De hecho, hoy vuelven a hablar del enfrentamiento con Biblioteca del Sur, como si fuera comercial. ¡Biblioteca del Sur abrió con Muchacha Punk de Fogwill! Esos mitos me molestan por cínicos. Yo hablo de Babel para hablar de Biblioteca del Sur. Biblioteca del Sur me plantea el problema de Babel y me plantea derribar el mito que había por un lado los experimentalistas y por el otro los escritores de mercado.

Durante un tiempo los escritores de Babel marcaron tendencia, pero luego los “planetarios” pasaron a ser más influyentes. ¿En qué momento se dio ese cambio?

Habría que estudiarlo; sería algo interesante para determinar. Puedo proponer varias cosas. Primero, hay una generación de nuevos críticos formada en las facultades de Letras del país que mira con ojos menos prejuiciosos con los que yo miraba. Yo leí El muchacho peronista cuando María Vicens, alguien de esa generación que hizo un trabajo para El interpretador comparando mi novela El infierno prometido con la de Marcelo Figueras. Mi primera reacción fue totalmente generacional y prejuiciosa, pero ella hizo una crítica inteligente sin ningún tonito irónico. Conseguí el libro y descubrí que era una novela de la puta madre. “¡Pero qué estúpida, por qué no leía esto!” Otro ejemplo: yo miraba con mucha bronca la Biblioteca del Sur porque me subía al caballito del prestigio académico de estar en la facultad, pero en el fondo, y lo voy a decir con todas las letras, tenía una actitud muy resentida porque me habían rechazado un original. Entonces, quería ver las porquerías que publicaban esos que me rechazaron. Así leí Historia argentina de Rodrigo Fresán y no pude evitar conmoverme profundamente con el primer cuento. Después me las arreglé para tenerle bronca a los cuentos que seguían. Pero creo que hay grandes cuentos que me fastidiaron profundamente y que me produjeron un odio muy interesante: el odio de cuando la literatura te aguijonea donde te duele. El cinismo de Fresán en Historia argentina es profundamente desgarrado, a diferencia del cinismo festivo que podés ver encontrar en muchos escritores shanghai. Hernán Sassi, otro crítico joven que también está en El interpretador, escribió una trabajo que se llama “A pesar de Shanghai, a pesar de Babel” donde retoma el enfrentamiento con Biblioteca del Sur y dice que Fresán tiene más que ver con la libertad de César Aira que con Caparrós. El, que mira sin prejuicios, puede derribar este mito. El resto era una estupidez, lugares comunes.

¿Esa simplificación fue producto de la Academia o de la prensa?

No me parece mal que la Academia sea una factor de poder y consagración en el campo literario. Lo que me parece mal es que sea el único. Me parece saludable que las opiniones de la Academia incidan en los suplementos culturales. Los lectores comunes no leyeron el Quijote, no leyeron a Sófocles y Esquilo, no estudiaron latín y griego. Eso te da una mirada que no es ni mejor ni peor; yo no creo que sea mejor. Pero la mirada del especialista tiene un valor de especialista. Lo perverso —y no sólo era culpa de la Academia; en todo caso la culpa es que nunca lo impugnó— es que durante los ochenta y los noventa fuera el único factor de poder y la única mirada. Los diarios y los suplementos culturales estaban totalmente pegados a eso. Era muy poco el lugar a otro tipo de mirada. Cuando sale Ñ plantea como gran innovación que iba a hablar de Stephen King. ¿Cuándo empieza a cambiar? Yo creo que empieza a cambiar con el oxígeno político que aparece después del 2001.
Kirchner, el pasado reciente y la rebeldía de El ignorante, de Juan Terranova

El análisis del libro está muy bien formado, pero no sé si tiene una correlación con la realidad. Por ejemplo, la ascensión de Kirchner al gobierno no está incluida en la lista de efemérides que marcan la inserción de los escritores de las dos generaciones postdictadura.

Es cierto, pero pongo en una nota al pie que tal vez habría que incluir la muerte de Kirchner.

Por otro lado, se afirma que recién ahora se comienza a revisar el “pasado reciente”, pero ¿no hay una influencia del kirchnerismo en esa revisión?

Acepto la crítica. Yo no quería hacer un libro kirchnerista. Voy a votar a Cristina, me considero una kirchnerista crítica, pero no quería quedarme pegada en un lugar de militancia. Me interesa mantener mi independencia crítica. Estuve en Plaza de Mayo en el momento del conflicto con el campo, en 2003 aplaudí el comienzo del final de la impunidad y creo que eso está mencionado en el libro. El problema de las efemérides es que se postulan históricamente. Cuándo comienza el peronismo: el 17 de octubre. Pero Perón estaba haciendo un trabajo importante desde antes, por eso ocurre el 17 de octubre. Uno podría ponerse académico y pensar una fecha anterior, pero el momento en que te cae la ficha es el 17 de octubre. ¿Cuándo le cae la ficha a la nueva generación respecto del kirchnerismo? A lo mejor es durante el conflicto con el campo, a lo mejor es con la muerte de Kirchner donde se vuelve imposible no mirar algo que ya existía, a lo mejor es en la alegría popular de los festejos del Bicentenario. No lo sé. La falta de la fecha también tiene que ver con que armé ese cuadro en 2004, cuando empecé a trabajar: el libro tiene un tono pesimista sobre la dificultad de la sociedad argentina para leer sus propias ficciones y su falta de ganas para pensarse a sí misma, que tiene bastante que ver con mirar a los noventa, estar parada en los primeros años del siglo XXI. Pero sí, revisando el cuadro, habría que incorporarlo.

Tomás diciembre de 2001 como efeméride, como una fecha bisagra, pero el capítulo dedicado al “pasado reciente” habla sobre los setenta. ¿Diciembre de 2001 no puede ser pensado como pasado reciente?

Yo hablo de un pasado reciente que no es tan reciente pero que es una llaga traumática. No tengo la sensación de que 2001 sea una llaga traumática. Hablo de los setenta porque de los setenta no se podía hablar, no se los podía pensar. Recién ahora se los está pensando. Uso “pasado reciente” como una expresión que se usaba en los noventa, tal vez haya que revisarla. Tal vez no habría que llamarlo “pasado reciente”, pero tampoco es un pasado lejano, es un pasado ominoso y presente. A lo mejor si se hace una reedición cambio pasado reciente por pasado ominoso. Es muy complicado. No sé si se está revisando el 2001, pero sería interesantísimo porque es un fenómeno en un punto exitoso y en otro frustrante. De ahí salió Duhalde, salió más crisis, salió Kosteki y Santillán. Pero también salió —y hay que reconocérselo incluso al facho de Duhalde— el final de la convertibilidad. Y también salió Kirchner.

Volviendo al tema de los setenta, en el comienzo del libro hablás de los problemas que tiene la generación para “ser rebelde ante los rebeldes”. Y más adelante te mostrás molesta con el poema El ignorante, de Juan Terranova, alguien que plantea una actitud rebelde ante el tratamiento para con los desaparecidos.

Me molesta que no se hizo cargo de lo que hacía. De El ignorante me molestan algunas frases, me distancio de varios planteos. Cuando lo leí me sacudió profundamente y le escribí que me parecía un poema necesario. No me gustaba como poema, pero eso era lo de menos: me parecía un texto profundamente necesario. Me decepcionó que no lo defendiera. Me molestan las actitudes “ciniquitas”. Alguien de esa generación tenía que tirar esa bomba, pero dentro de lo que afirma El ignorante hay cosas con las que no estoy de acuerdo y cosas que me parecen canalladas. Por ejemplo cuando habla de los desaparecidos y dice “traicionaron a todos” o cuando les dice “putos”. Me parecen ataques fáciles y bobos escritos desde una gran bronca. Reivindico la bronca, pero con bronca a veces uno dice cosas que no siempre están buenas. Y como es un texto que para poema es un manifiesto y como manifiesto es un poema, se ubica en un lugar que te deja incómodo, porque a un poema se le permite que diga cualquier cosa.

Cuando lo editó por Tantalia incluyó una entrevista que le hace Celia Dosio (con seudónimo) donde ya no hay dudas de que habla él y no el poema.

Eso me pareció bien. En ese tiempo estábamos en el grupo de lectores Mataronakenny. El vino y todo el grupo le compró el libro. Después fue la presentación en CCEBA y de las veintidós o veintitrés personas que fueron, ocho o nueve que eran del grupo. Quiero decir que lo tomamos, lo leímos, lo pensamos. Sin embargo, en esa presentación —a la que no pude ir porque estaban interviniendo a mi padre— él tomó la actitud de no plantear ninguna discusión. Si escribís El ignorante, loco, te van a ir a discutir. De la misma manera que me van a discutir este libro a mí. Yo no me puedo enojar si me discuten; me enojo si me discuten sin leer. Pero yo sé que digo una cantidad de cosas que le va a molestar a mucha gente. Aquella vez cuando la gente trató de discutir, Juan cerró la discusión. Le preguntaron sobre los desaparecidos y dijo “no me gustan los desaparecidos”. Y después, en aquel famoso reportaje de la Rolling Stone, dijo “los desaparecidos me chupan un huevo” y más tarde publicó en su blog “tomaron una frase infeliz fuera de contexto”. Eso es lo que a mí me molesta.

¿Que no defienda su postura?

Que no dé la batalla que había que dar. ¿Por qué plantea todo esto? ¿Porque quiere hacer ruido para ser famoso o porque quiere dar una batalla para su generación? Esa es la pregunta. Si querés dar una batalla para tu generación, la tenés que sostener.

Creo que con El ignorante, Terranova es el primero en reclamar que se reconozca a la nueva generación.

Sí, es algo que le reconozco. Por eso lo puse en la lista de escritores que tienen obras de interés. Las obras van más allá de las actitudes de la gente. El ignorante va a quedar como un texto del que se hable básicamente por eso.
Beatriz Sarlo y la crítica patovica

¿Cómo se logra evitar desde la facultad lo que vos llamás “la crítica patovica”?

Primero, con conciencia política. Las facultades de Letras en general y la de la UBA en particular, plantean que son de izquierda como si fuera la ideología oficial. Que ser de izquierda quiera decir algo. Ser de izquierda no es sólo leer a Terry Eagleton y a Raymond Williams, que hablan del uso del poder del capital simbólico de la crítica literaria como una cuestión de clase para excluir. No sólo es cuestión de leerlos: es cuestión de no hacerlo. Se logra tomándote en serio lo que enseñás y leés y decís que pensás. En segundo lugar, los grandes críticos del mundo no son recordados porque les haya gustado o les haya dejado de gustar una obra. Un crítico busca sentidos, larga hipótesis de lecturas, se juega por leer cosas. Tampoco esto de “yo no leo nada porque están todos los sentidos posibles en la obra y no voy a cerrar sentidos”. ¡Todos cerramos sentidos cuando leemos! Leer es interpretar. La crítica no va a ser patovica cuando privilegie interpretar y encontrar significaciones antes que bajar o subir el pulgar.

Para escribir este ensayo contaste que leíste alrededor de 500 libros. En esa cantidad necesariamente hay libros que tienen valor y otros que no. Si no marcás una delimitación, ¿cómo se hace para quitar la paja del trigo?

Ahí es donde entra, y lo asumo, la arbitrariedad del gusto. Pero hay una diferencia entre callar y hablar en contra. Otra cosa que debe pensar la crítica para no volverse patovica es cuándo hablar en contra de un texto. Un patovica se para en la puerta del boliche y te dice “vos pasás, vos no, vos no pasás porque sos negrito”. Es una actitud de mierda levantar o bajar el pulgar porque tenés el gusto del especialista y si algo no te gusta lo decís porque hacés un combate por el buen gusto de la literatura. ¡Pero qué combate por el buen gusto en la literatura! La crítica literaria se ha equivocado millones de veces en nombre del buen gusto. Y el buen gusto, de última, importa muy poco. Si al crítico le parece que la obra de un desconocido, de alguien que recién empieza y que no tiene ningún poder en el campo intelectual es intrascendente, para qué se va a poner a hablar contra él.

¿Es el reproche que le hacés a Viñas cuando dice “yo no los leo pero no me gustan”?

Esa crítica también la hago, pero yo quiero decir otra cosa. Es la que le hago a Beatriz Sarlo, ejemplo de la crítica patovica. Sarlo lee Berazachussets de Leandro Avalos Blacha, que ganó el concurso Indio Rico —no había ganado el premio Planeta— y levanta el dedito para decir que César Aira, Daniel Link y Alan Pauls escriben bien pero premian mal porque lo premiaron a alguien que escribe mal. Me parece patovica. Dejalo entrar a Avalos Blacha y cuando sea famoso e importante de verdad y creas que tenés que dar una batalla cultural, usá tu potencia crítica para decir que no te gusta. La crítica patovica critica al que no entró. Por eso lo que yo hago es no mencionar a los escritores que no me gustan. No menciono a los escritores de esta generación que decidí dejar afuera conscientemente. Es muy fácil aplastar a gente que no es leída.

¿Sarlo lee mal la nueva narrativa?

Sí. Ella dice que se escribe después de la historia y sin interés por el pasado ominoso. Mentira: la nueva narrativa tiene una tematización obsesiva de eso y cuando no lo tematiza aparecen casos como la serie “dos pero uno muerto” o como la presencia del terror, que es algo que no existía prácticamente. En la literatura de los cincuenta y sesenta hay algunos cuentos de fantasmas de Bioy Casares, de José Bianco, pero son casos aislados. El terror es un género fuerte en la postdictadura. Claro que no es matemática: no todos los escritores de la nueva narrativa o de la postdictadura escriben marcados por la llaga del pasado ominoso de los setenta, pero sí una importante cantidad y eso me dice que merece ser leído y que permite una crítica política. Hay gente que lee mal el libro y dice “para Drucaroff toda la literatura se puede leer así y eso es empobrecerla”: eso es una manera pobre de leer lo que yo digo.

En la lista de autores con obras de interés incluís algunos que no entran en la Academia como, por caso, Guillermo Martínez: ¿es una movida consciente para indicar que también Martínez tiene algo interesante para decir o directamente no jugás el juego de la Academia?

No juego el juego de la Academia.

Pero estás en la Academia.

Por suerte, la Academia no es un campo de concentración. Es un lugar donde hay libertad de pensamiento. No juego el juego de una parte de la Academia. Miguel Vitagliano está en la Academia y no tiene una posición tan diferente de la mía. Escritores del mundo, el hermoso blog que hace, tiene una idea inclusiva. Es un docente extraordinario, tiene una gran formación teórica y no utiliza eso para ser patovica. La Academia ha mejorado mucho en ese sentido. Se han dado batallas más o menos conscientes. 2001, 2002, 2003 también la ha cambiado. Algunos discursos ya no son tan cerrados. Yo me hago cargo de estar en la Academia, no reniego de un lugar que me ha dado un importante paraguas institucional, que me dio un espacio para escribir este libro —porque escribí dentro del Instituto de Literatura Hispanoamericana, donde me he formado y he aprendido mucho—. Yo me formé en el Instituto Joaquín V. González y después seguí estudiando mientras daba clases gracias a la Academia. En la Academia mucha farsa, mucha hipocresía, pero no es lo único que hay.
El kirchnerismo y la nueva nueva narrativa

Permitime una idea medio delirante: pero ¿podría ser que el hecho de que haya más becas que en los noventa haya provocado que se abrieran las cabezas? ¿Que habiendo menos competencia por esas pocas becas se puedan permitir ser más abiertos?

Claro que sí. La democratización que supone que el Conicet tenga buenos sueldos y que se abran concursos donde uno pueda pensar un modo de vivir de la investigación, también abre la cabeza. Deja de haber poco para pocos: pasa a haber bastante para muchos, y muchos siempre piensan más. Hay posibilidad de distintas extracciones de clase. He conocido investigadores en Filosofía de orígenes sociales populares que gracias al Conicet están trabajando en la Universidad de Buenos Aires. Son hijos de la universidad pública en el buen sentido. Esa gente piensa de otro modo. ¿Vos creés que Raymond Williams hubiera escrito las maravillas que escribió si no hubiera sido hijo de un minero galés sindicalista? Se proponen otras formas de pensar. Y abre diálogos: el hijo del psicoanalista que fue al Nacional Buenos Aires también tiene algo para decir. No estoy haciendo una versión Nac & Pop, no es una apología de la mirada popular. No hay nada más lindo que el diálogo.

En la generación de escritores de la postdictadura hacés una diferenciación entre aquellos que empiezan a escribir en los noventa y los que empiezan a escribir después del 2001. ¿Está surgiendo una “nueva nueva narrativa argentina”?

No sé si es nueva nueva, no la leí lo suficiente, pero hay muchos nombres interesantes que están surgiendo. Sol Prieto es una de las escritoras que estoy mirando con más interés, es uno de los nombres más auspiciosos de los nuevos. El cuento que escribió para Los días que vivimos en peligro es de los mejores de la antología. Otro que me gusta mucho es Enzo Maqueira: me encantó Ruda Macho. Me hablaron muy bien de Carlos Busqued, a quien no pude leer, que escribió Bajo este sol tremendo. Están surgiendo cosas nuevas, nombres nuevos, pero no sé si está surgiendo una nueva narrativa: para ello habría que dejar pasar cinco o seis años. Sol Prieto y Enzo Maqueira están en la onda de la narrativa de la postdictadura. Tal vez, si nuestra tesis de la influencia profunda del kirchnerismo es cierta, tendría que surgir algo con más certeza, con menos escepticismo, con menos amargura cínica.



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=17348#more-17348

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