viernes, 20 de enero de 2012

No hay por qué ser buenos



MARY OLIVER


Gansos salvajes



No hay por qué ser buenos.
No hay por qué caminar por el desierto
de rodillas incontables kilómetros, por arrepentimiento.
Sólo hay que dejar que el animal suave del cuerpo
ame aquello que ama.
Hablame de tus penas, yo te cuento las mías.
Sigue su marcha el mundo mientras tanto.
Por el paisaje, mientras tanto, el sol y los claros guijarros de la lluvia,
se mueven, por los prados y los frondosos árboles
las montañas y ríos.
Y los gansos salvajes, mientras tanto, por el limpio aire azul
volando alto emprenden el regreso.
Y vos, seas quien seas, sin importar cuán solo te sentís,
el mundo se le ofrece a tu imaginación,
te llama como llaman esos gansos salvajes, enérgicos y ásperos,
anunciándote una y otra vez el lugar que ocupás
en la familia de las cosas.




El viaje




El día llegó en que supiste,
finalmente, lo que tenías que hacer.
Y diste el primer paso,
aunque las voces a tu alrededor
no dejaban de gritar
sus malos consejos, aunque
tu casa toda comenzó a temblar.
Y sentiste el antiguo tirón
en los tobillos.
«¡Remienda mi vida!»,
gritaba cada una de las voces.
Pero no te detuviste.
Sabías lo que tenías que hacer,
aunque el viento hurgara
con sus tiesos dedos
las mismas fundaciones,
aunque su melancolía
fuese tan terrible.
Ya era bastante
tarde, y era una noche salvaje,
y el camino estaba lleno
de ramas caídas y de abrojos.
Pero poco a poco,
mientras dejabas atrás las voces,
las estrellas comenzaron a arder
a través del manto de nubes,
y había una nueva voz
que lentamente
reconocías como propia,
una voz que te acompañaba
mientras caminabas más y más profundo
al interior del mundo,
determinada a hacer
la única cosa que podías hacer,
determinada a salvar
la única vida que podías salvar.




Algunas cosas, dicen los sabios




Algunas cosas, dicen los sabios que conocen todo,
no están vivas. Yo digo,
ustedes vivan la vida a su manera y déjenme tranquila.

He hablado con las nubes más pálidas en el cielo cuando tienen
miedo de quedarse atrás; he dicho, Apúrense, apúrense!
y me han contestado: gracias, nos estamos apurando.

Sobre las vacas y las estrellas de mar y las rosas no hay ninguna
discusión. Mueren, después de todo.

Pero el agua es un interrogante, tantas cosas vivas en ella,
Pero está, en si misma, viva o no? Oh, reluciente

Generosidad, cómo pueden prescribirte?

Mientras pienso estoy sentada en la arena al lado
del puerto. Estoy sosteniendo en mi mano
pequeñas partes de granito, pirita, roca.
Cada una, ahora mismo, tan minuciosamente dormida.




Algunas preguntas que podrías preguntar




Es el alma sólida, como el hierro?
O es tierna y frágil, como
las alas de una polilla en el pico del búho?
Quién la tiene y quién no?
Sigo mirando alrededor mío.
La cara del alce es tan triste
como la cara de Jesús.
El cisne abre sus alas blancas lentamente.
En la caída, el oso negro arrastra hojas hacia la oscuridad
Una pregunta lleva a otra.
Tiene una forma? Como un iceberg?
Como el ojo de un colibrí?
Tiene un pulmón, como la serpiente y la almeja?
Porque debería tenerla yo? Y no la osa hormiguera
que ama a sus hijos?
Por qué debería tenerla yo y no el camello?
Llegar a pensarlo, qué hay de los arces?
Qué hay del lirio azul?
Qué hay de las pequeñas piedras, sentadas solas en la luz de la luna?
Qué hay de las rosas y los limones y sus hojas brillantes?
Qué hay del pasto?




Tomado del muro de facebook de Claudia Masin

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...