martes, 31 de enero de 2012

Porque todo mi tiempo ha quedado cautivo

:: La mirada de Eterna Cadencia ::
El por qué de mi fracaso
31-01-2012 | Martín Kohan

La mirada de Eterna Cadencia sobre una nota del diario: “Vuelvo a la foto del lector de playa que ocupa media página en el Clarín del lunes. ¿No podría acaso ser yo? ¿Una estampa de mi propia adolescencia?”.

Por Martín Kohan. Foto: Clarín.







Las noticias de Clarín me dejan triste a menudo. El lunes pasado volvió a ocurrirme. En portada constaba este anuncio: “Los chicos que leen también mejoran en Matemática”. Y en la nota respectiva, tan pronto como en la página tres, bajo la fotografía a todo color de un adolescente leyendo en la playa con el que, excepto por su camiseta de Estudiantes de La Plata, podría yo perfectamente identificarme, se ofrecía, entre otros, este argumento: que una investigación de la Universidad de Oxford demostró que “los lectores habían llegado a ocupar mejores puestos en empresas que aquellos para los que la lectura no había sido una prioridad”.

Yo no trabajo en empresas, trabajo en una universidad. Pero ahí, lejos de haber alcanzado los “mejores puestos”, he visto a mi remuneración estancarse en un mismo y modesto cargo desde el año 1991. En cuanto a la matemática, sumo y resto con fluidez, casi sin usar los dedos; y puedo multiplicar o dividir con coma, siempre y cuando me den un tiempo y un lápiz. Pero eso sí: ante ecuaciones de doble incógnita, por ejemplo, me trabo indefectiblemente, me bloqueo y me quedo pasmado, a veces no sé ni empezar.

La conclusión es clara, es simple, es angustiante: no he leído lo suficiente. Me recuerdo cuando chico, hace más de treinta años, y si bien tengo la impresión de no haber hecho casi otra cosa, según parece debo rendirme a la evidencia de que con algo me distraje, en algo me dispersé, fallé con mis prioridades, me faltó hacer más lecturas. Clarín dice, y en un título, que “los chicos que leen en su tiempo libre rinden más”; y certifica así el éxito en la vida de aquellos que leen en sus “ratos de ocio”. Pues bien, lo que a mí llegó a pasarme es justamente lo contrario: me quedé sin tiempo libre, carezco de ratos de ocio, y eso fue por la lectura justamente. Sé que a otros no les sucede lo mismo. Sé que a otros, los que trabajan de otra cosa y no de leer, la vida se les divide en dos: la parte del ocio y la parte del negocio, la parte de la lectura y la parte de las obligaciones; y esperan sufrientes la llegada de la noche, o de los fines de semana, o mejor aun de las vacaciones, para poder dedicarse a los libros. Mis noches, en cambio, se parecen a las mañanas y a las tardes; mis fines de semana se parecen a la semana; mis vacaciones se parecen al resto del año. Mi ocio es mi negocio: ese tiempo me lo pagan; leo en mis tiempos libres al igual que en mis tiempos cautivos, como si todo mi tiempo fuese libre, o porque todo mi tiempo ha quedado cautivo.

Vuelvo a la foto del lector de playa que ocupa media página en el Clarín del lunes. ¿No podría acaso ser yo? ¿Una estampa de mi propia adolescencia? Lejos del mar, de la arena, del bullicio de los otros, con la remera puesta a pesar del cielo celeste, echado y con un libro abierto. Mis padres se preocupaban por mí. Sufrían terriblemente. Le buscaban soluciones a mi vida. Se hacían preguntas el uno al otro.

Me detengo en esa foto. Es costumbre de los lectores fijarnos en lo que leen los demás. Nos asomamos a las portadas y los títulos de los libros ajenos, pispeamos, curioseamos. ¿Qué lee, por ejemplo, el joven pincha que es noticia en el diario Clarín? Escruto la imagen y descubro: lee un libro de Danielle Steel. ¿Qué sé yo de Danielle Steel? Absolutamente nada. ¿Cuántos libros suyos he leído yo? Absolutamente ninguno. ¿De qué tratan, cómo son, en qué consisten? No tengo ni la menor idea. Si este chico, llegado el caso, levantara la cabeza y trabara conversación conmigo, lo descubriría más temprano que tarde. Se formaría al instante una pésima opinión de mí. Sabría mi vergonzosa verdad: que no leo lo suficiente. Que a Danielle Steel, por lo pronto, no la he leído para nada. Que no mejoré en matemática. Que no llegué a los mejores puestos. Que no tuve éxito en la vida.

Si este joven lector de Estudiantes de La Plata se pusiese a hablar de libros conmigo, sé bien lo que me convendría hacer: cambiar de inmediato de tema. Llevarlo mejor al terreno del fútbol, por ejemplo. Hablarle de Bilardo, de Verón, de Palermo, de Boselli: de las cosas que tenemos en común. Y de la nota del diario Clarín, no decirle ni una sola palabra.



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=19721&cpage=1#comment-25069

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