sábado, 18 de febrero de 2012

La NBA de la literatura contemporánea

Alegorías de América
cinco visiones del imperio antes y después de la catástrofe


Juan Francisco FerrÉ


Si es cierto que el alma de una nación es su literatura, la norteamericana es probablemente un alma extravagante, torturada, frívola y psicótica. En el siguiente artículo, Juan Franciso Ferré propone una personalísima bitácora, una lectura privada de la narrativa yanqui de las últimas décadas.


En plena americanización del mundo, podría resultar instructivo revisar un quinteto de narraciones paradigmáticas que han marcado la última década con su innovadora representación de la vida americana. Estas novelas demuestran que todavía es posible, desde la marginalidad social de la literatura, conocer cuál es el ritmo del corazón del imperio, qué pesadillas perturban el sueño americano y qué pensamientos ocupan un cerebro que está dejando de ser humano.
Sus autores son la NBA de la narrativa contemporánea. Una generación y media de jugadores de máximo nivel que han sometido las formas de la ficción a la más profunda renovación concebible en un entorno culturalmente hostil y mediatizado. Son cinco novelas heterogéneas que trazan un retrato alegórico de la realidad norteamericana tan alejado de los estereotipos del cine o la televisión como de los pomposos discursos de sus líderes y mandatarios (por no hablar del fundamentalismo crítico de sus enemigos).
Bienvenidos a la América real: un territorio un tanto circense y lunático donde la familia disfuncional se ha convertido en institución funcional al servicio del consumo y las nuevas tecnologías tiranizan la gestión pública de la vida privada y la intimidad sin otro horizonte que las innumerables pantallas en las que se refleja el supremo desconcierto de un sujeto individual o colectivo cada vez más evanescente e indefinible.

La broma infinita (1996)
David Foster Wallace (Ithaca, 1962)

Esta novela elefantiásica constituye la gran síntesis paródica de los modos narrativos de las últimas generaciones. Engarzadas en su invertebrada textura narrativa (1092 páginas de “cuerpo central”, más un suplemento de 115 páginas de “notas y erratas”, en la versión española), La broma infinita contiene múltiples novelas: una novela política sobre el destino imaginario de la utopía americana; una novela cómica sobre la desnuclearización de la familia nuclear; una delirante novela de espionaje y terrorismo (con travestismo incluido) entre norteamericanos y canadienses; una novela didáctica sobre la rivalidad moral entre un tenista superdotado y depresivo y un delincuente drogadicto en rehabilitación; una novela irónica de ciencia-ficción sobre un territorio biotecnológicamente modificado y un calendario (el “tiempo subsidiado”) vendido al patrocinio publicitario de las multinacionales; una novela psicológica sobre una competitiva academia de tenis, sus tenistas aspirantes, la disciplina deportiva y la ideología ascética; una novela anafrodisiaca sobre las conquistas sexuales de un famoso jugador de fútbol americano; y una novela fantástica sobre una película asesina. Pero La broma infinita es, sobre todo, una melancólica suma narrativa sobre las variadas formas de la adicción, la monomanía, la toxicomanía, el enganche y la entrega obsesiva.
Precisamente, el vínculo de unión entre todas estas novelas inabarcables es una película experimental (el último episodio de una serie titulada La broma infinita) que posee la doble virtud, en un mundo dominado por el entretenimiento, la evasión y la diversión audiovisual, de absorber la atención de sus espectadores hasta la anulación mental y la muerte y suplantar con su absolutismo visual a la realidad circundante con un efecto similar a la drogadicción. No obstante, el contenido misógino del cartucho exterminador y su aspecto mortalmente regresivo y atontecedor convierten a este simulacro de ficción en el artefacto alegórico más potente sobre la cultura de masas y la industria del entretenimiento que ha producido la narrativa del siglo xx. Un comentario corrosivo y pesimista sobre la naturaleza humana y la cultura contemporánea escrito por el estilista más imaginativo de su generación.

Glamourama (1999)
Breat Easton Ellis (Los Ángeles, 1964)

¿Se imaginan a los modelos más publicitados de ambos sexos participando en una orgía mundial de atentados terroristas a fin de imponer la belleza como alternativa radical al mal gusto generalizado de la clase media? Algo parecido se propuso Ellis (Los Ángles, 1964) al escribir esta novela sarcástica y demoledora. En Glamourama la descripción del mundo de la moda, la fama o el famoseo, la alegre vida mundana de los modelos y su asociación con el terrorismo como transgresión nihilista de quien se deja llevar por la promesa de belleza inconsecuente y felicidad narcótica del sistema, es no sólo muy lograda sino de lectura obligatoria para entender las trazas del mundo en el que nos movemos a diario como figurantes y víctimas potenciales.
Glamourama es un proyecto narrativo finisecular que vuelve análogos, en tanto exponentes del régimen espectacular que domina nuestras sociedades, el desfile de modas y el atentado terrorista, las últimas colecciones de temporada y la masacre indiscriminada de ciudadanos, la alta costura y el alto coste en vidas humanas. El terrorismo se ha vuelto fashionable, cosmético y de diseño, y las fashion-victims del mundo, gracias a la perversa trama de la ficción, se inmolan a la moda que más les “mola”: se vuelven víctimas literales de la moda divina o, todavía peor, de los modelos idolatrados.
Si la moda, las pasarelas y la fama son el Olimpo mediático de nuestro tiempo y el look y el glamour un barniz platónico de efímera duración al alcance de la guapa minoría de los elegidos de cada casa, esta novela se atreve a explotar con inteligencia el síndrome de la idealización universal por los demás mortales de ese mundillo un tanto necio y untuoso de cremas y restituye a la belleza su condición criminal originaria, la del terror primigenio o el terrorismo sin causa. Esto es: el terrorismo sin otra causa que la reafirmación del poder de los poderosos sobre los parias de la tierra, que no tienen belleza ni fama ni por supuesto dinero con que suplir, así sea quirúrgicamente, esas carencias tan traumáticas.

House of leaves (2000)
Mark Z. Danielewski (Nueva York, 1966)

Esta portentosa novela (“Casa de hojas”, la única de las cinco no traducida al español todavía) se compone, en un primer nivel, de un manuscrito redactado por un tal Zampanó para describir y comentar un ambiguo artefacto fílmico titulado The Navidson Record, cuya trama recoge las terribles experiencias padecidas por los Navidson (un matrimonio y sus dos hijos) al intentar habitar una casa campestre que se reveló finalmente una monstruosa arquitectura de pesadilla, una morada multidimensional y tenebrosa, la negación espacial de la idea humana de hogar.
El extraño manuscrito se presenta, en un segundo nivel, prologado y anotado por un tal Johny Truant, un joven que refuta la existencia real de la película y achaca su invención a Zampanó, interpola sus propios comentarios a los del viejo y solitario crítico cinematográfico y enriquece a pie de página la compleja narración contando anécdotas de su enrarecida vida nocturna en tugurios de Los Ángeles, que obligan de inmediato al lector a dudar de la fiabilidad y salud mental del narrador principal y compilador del conjunto.
La técnica literaria podría recordar al Borges de los libros apócrifos y al Nabokov de Pálido fuego, si no fuera porque la laberíntica construcción de la novela, réplica literal de la aberrante casa de la ficción, gira en torno a un intrigante largometraje y no sólo de manuscritos enigmáticos. La broma filosófica que encierra la trama de la novela se dirige al propósito inicial del cineasta Navidson de filmar la estancia familiar en la nueva vivienda conforme a parámetros banalmente realistas y refleja cómo el devenir de esa vivencia doméstica trastornó esas ingenuas categorías y las tornó en fantásticas y terroríficas. Esta indecisión estética entre el falso documental y la ficción total es una lección de indudable interés para cualquier narrador contemporáneo.
En suma, esta “Casa de hojas” es una novela mutante, de múltiples niveles de lectura, que funciona eficazmente como una trama pavorosa de Stephen King, pero parece reescrita por un discípulo delirante de McLuhan o Derrida. De hecho, el asombroso diseño tipográfico de cada página del libro lo convierte en un objeto anómalo, un simulacro bibliográfico de potente originalidad, la suma de todas las posibilidades técnicas y creativas de la imprenta editada precisamente en la era de su desmantelamiento por las autopistas de la información y las pantallas ubicuas.

Las correcciones (2001)
Jonathan Franzen (Chicago, 1959)

Como indica el título, esta novela retrata la insoportable fragilidad y extenuación del ser americano desde la perspectiva de una familia blanca, los Lambert, cuyos cinco miembros alegorizan la bancarrota ideológica y vital de la clase media en un entorno cultural y urbano en el que les resulta imposible encontrar acomodo sin hacer significativos sacrificios morales. Es el imperio cotidiano del cálculo pormenorizado, la ocasión fallida, la revisión permanente y el síndrome de la segunda oportunidad. En línea con la paradoja del sistema: nada se improvisa, pero todo es provisional.
En este sentido, no es casual que sea Denise, la hija pequeña, entregada con el mismo ardor a la nueva cocina en su restaurante de moda y a la pasión lésbica por la mujer de su socio capitalista, la que experimente una deriva personal más satisfactoria que los otros miembros de la familia. En todo caso, más que sus hermanos Chip, desastroso representante del fracaso intelectual de toda una generación, o Gary, prototipo del ejecutivo medio obsesionado por las inversiones financieras como compensación por la alarmante mediocridad de su vida conyugal y sexual.
Franzen reserva sus mayores dosis de humor, ironía y sátira para las escenas de la Navidad familiar, tan magistrales como patéticas, en las que la madre (Enid) intenta, contra toda razón, preservar la fuerza cohesiva de las tradiciones y los buenos sentimientos mientras el cerebro del padre (Alfred) naufraga definitivamente en el Alzheimer y los tres hijos, cada uno a su modo, hacen esfuerzos sobrehumanos para encajar por última vez en un mundo de valores en el que les resulta imposible creer después de todo lo que han vivido y conocido.
Las correcciones es la gran novela de la dramática descomposición de los baluartes mentales del imperio americano observada con la malicia amable de una comedia de situaciones equívocas, sentimientos intensos y enredos hilarantes. En esto consistiría, esencialmente, la inteligencia artística con la que Franzen ha sabido acoplar la brillante técnica literaria aprendida de maestros formales como Don DeLillo con las exigencias estéticas de una realidad social explosiva, cada vez menos inteligible conforme a las categorías heredadas de la cultura humanista tradicional.

La fortaleza de la soledad (2003)
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964)

Precisamente, si hay una novela reciente donde se narre sin nostalgia el final de la hegemonía de la cultura blanca es en esta voluminosa ficción escrita por un novelista neoyorquino de origen judío y vertiginosa trayectoria literaria. Irónicamente, La fortaleza de la soledad es un artefacto narrativo capaz de condensar a través de las historias y errancias de sus múltiples personajes un vasto periodo de la historia americana como contrapunto generacional entre el predominio cultural de las formas “blancas” (el expresionismo abstracto, el cine experimental, la música pop, los cómics y la ciencia-ficción, Hollywood, etc.) y el dominio callejero de las formas “negras” de expresión (el jazz, el funk, el soul, el hip-hop, el rap, el graffiti, etc.).
Por en medio de todo este panorama enciclopédico, como una alegoría de sus intenciones morales, circula una imposible historia de amistad, ambientada en la primera parte en el Brooklyn de los sesenta y setenta, entre un chico blanco (Dylan) y un chico negro (Mingus) y sus descubrimientos respectivos de la sexualidad, las drogas, la fantasía compensatoria, la integración y desintegración de los lazos sociales, el determinismo de la procedencia racial y la degeneración de la familia nuclear. Todo ello pasado por el filtro narrativo de los superhéroes de la Marvel y la DC, con un puñado de cómics desgastados, una capa voladora y un anillo de la invisibilidad como fetiches compartidos de un poder incomunicable.
En la segunda parte, Dylan se instala en Berkeley, hace carrera como crítico musical y se enamora de una estudiante afroamericana de posgrado con quien no podrá fundar un orden de convivencia satisfactorio hasta que no haya resuelto los traumáticos nudos de su pasado. En cambio, la vida fracasada de Mingus lo conduce a un interminable itinerario de condenas y cárceles, resumen certero del sufrimiento y la represión asociados a las condiciones de vida de muchos afroamericanos. El desencuentro final de ambos es, en este sentido, irreversible.
Esta novela de Lethem es la representación ambiciosa y lograda de un periodo crítico y un concepto terminal de América. En todo caso, es la primera gran novela posterior al 11 de septiembre que, sin referirse específicamente a la catástrofe, hace el balance sentimental e intelectual más honesto e implacable de la vida americana de los últimos cuarenta años y sella el final definitivo de la inocencia de toda una cultura y una sociedad.




Juan Francisco FerrÉ (Málaga, 1962). Es escritor, autor de Ajuste de cuentos, Homenaje a Blancanieves, La vuelta al mundo (Jamais, 2002), I love you Sade (Ediciones de aquí, 2003) y La fiesta del asno (DVD, 2005), y ha editado el libro Quijote. Instrucciones de uso (e.d.a. libros, 2005).


Tomado de http://www.circulolateral.com/revista/revista/articulos/lateral_133/05_ferre.htm

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