miércoles, 21 de marzo de 2012

Los minutos negros


Un pacto solar de Martín Solares


09/09/2009


Martín Molina, colaboración especial



Saltillo, Coah.- Nací en el golfo de México. Rastreando mis orígenes, hay muchas razones para hablarles de este libro. Yo soy de donde hay un río. Mi niñez floreció a la sombra del platanar, el olor de la guayaba, la calidez uterina del trópico y la papaya. Mucho que ver el verdor y el carácter de mi gente con la violencia incendiaria de “Los Minutos Negros”.

Resplandores y enigmas del lenguaje: Martín Solares un escritor también nacido en el trópico.

Solares, un apellido de reverberaciones diurnas y, de igual forma, sinónimo de huertas pequeñas de mangos o naranjales, -de zacatales y estropajos-; decía, Solares, crea un libro oscuro, violento, de una lucidez hiriente. Una vorágine que sucede no al amparo de las sombras, sino bajo el filo cruel del sol, en un tiempo que transcurre lento, doloroso.

Pero ¿qué son “Los Minutos Negros”?

Un periodista acallado brutalmente en el intento de descorrer las cortinas terribles del pasado.

Ciudades devoradas por una neblina calurosa, creadas sobre las tumbas olvidadas de actos sin perdón.

Un detective maltrecho y entrañable, un nombre de resonancias boxísticas, un fajador en un interminable round contra las sombras, un hombre como muchos, cuya vida es una caída en cámara lenta.

Y la vegetación, ese callejón verde a donde desembocan todas las historias de este tiempo negro me recuerdan otra selva y otras agonías: el inescrutable Kurtz en “El Corazón de las Tinieblas”, balbuceando “¡El Horror! ¡El Horror!...”.

Ese horror que en nuestro país muta de formas y de motivos, una máquina de moler vidas hechas de silencios y de complicidades.

La violencia que asola al Paracuán de Solares, como al Cuévano de Ibargüengoitia, es un animal salvaje que merodea esperando dar su zarpazo. Una mirada fosforescente acechando la inocencia desde paredes carcomidas por la sal de un mar enchapopotado. No la garra suave que atisbara Machado, sino un puño cruel desatado desde los escritorios de los cuerpos policíacos.

Cuando escribió su “Leviatán”, sobre las correrías del Unabomber, Paul Auster confesó que los libros nacen de la ignorancia. Solares confirma que algunos libros emergen, como una sombra densa, desde el continente de las pesadillas:

Una voz socarrona y terrible que nos pregunta: “¿Verdad que en la vida de todo hombre hay cinco minutos negros?”

Y es a partir de esta retórica terrible que el novelista construye un fresco monumental perfilado con sangre y restos humanos, un abismo trazado con pactos institucionales y ráfagas desde la sombra.

Y de ese vértigo emergen los fantasmas más terribles de nuestro pasado reciente. Agentes en conjuntos de terlenka y apellidos como oráculos negros: Durazo, Gutiérrez Barrios, Nazar, Echevarreta. Y los crímenes en pro de la patria, y el silencio de los periodistas charros, y la adhesión con guayabera al presidente.

En un derroche de malicia narrativa, el autor demarca un dique contra tanta oscuridad, y como una tríada de ángeles exorcistas baraja con mano de tahúr tres nombres, tres Virgilios para este infierno mexicano: B. Traven, Rigo Tovar, o el más grande criminalista que ha dado nuestro país: el doctor Alfonso Quiroz Cuarón.

Y como en todo cuento de horror, los chivos expiatorios que alimentarán la
hecatombe.

Y el desamor, esa otra catástrofe.

Y los buenos, despedazados para que nunca escriban la historia.

Porque este libro viene a demostrar rabiosamente que detrás de nuestras efemérides rebullen los gusanos de crímenes sin castigo. Baste invocar palabras prohibidas como Brigada Blanca, Guerra Sucia, Dirección Federal de Seguridad. La historia de este país, con sus avances y sus siglas relumbrantes es como un sol rebotando sobre tumbas blanqueadas.

“Los Minutos Negros” es un libro que grita, a nosotros, ciegos de sol, sordos de discursos oficiales.

El trazo magistral de Martín se demuestra en la fidelidad para recrear lo impecable de la gestualidad y lo implacable del paisaje. El oído finísimo se nota clarito en ese canto doloroso, como una letanía de velorio o una ráfaga de cuerno de chivo.

Sin embargo, y a pesar de su densidad y su dureza, “Los Minutos Negros” es una novela contradictoria en su aspecto formal; dentro de ese aturdimiento de plomo y depredación, esa caída libre a lo largo de historias que terminan mal, hay una alegría y un humor amargo. Como si el narrador no fuera un joven rabioso puteando contra el silencio y la muerte, sino un viejo sabio que mira el derrumbe de una barda de adobe bajo la luz dorada de la tarde.

Solares, también trasterrado, demuele a mazazos la faz plateada de los héroes, se sabe y canta, sobre todo canta los caminos hacia el ensueño que terminaron en ninguna parte; las esquirlas del desamor, el agrio humor de los desesperados.

Finalmente, “Los Minutos Negros” es un canto de amor a un paisaje y a una época.

Quien quiera probar una novela de ésas que tienen el poder de arrancarnos los cabellos, de removernos las entrañas y asomarnos a un universo crudo, filoso, dolorosamente cierto, que tenga el valor de arrojarse a este tiempo oscuro, y que lo haga bajo su propio riesgo.



Tomado de http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/un-pacto-solar-de-martin-solares

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que sonríe cómplice de amor...