domingo, 16 de diciembre de 2012

Mado Martínez 4





Poemas - Renée Vivien


N u e s t r a e s l a n o c h e



Hora del despertar... Abre tus párpados.

A lo lejos afila sus luces la luciérnaga.

El asfódelo pálido emana puro amor.

La noche llega. -Vamos, amiga extraña mía.

La luna reverdece el azul de los montes.

La noche es nuestra. El día, que sea de los otros.

Sólo escucho en la hondura de bosques taciturnos

el crujir de tu ropa, de las nocturnas alas.

El acónito en flor, de un blanco quejumbroso,

exhala sus perfumes, sus íntimos venenos...

Un árbol traspasado con un soplo de abismos

nos cerca con sus ramas, ganchudas como dedos.

El azul de la noche se expande y fluye. Ahora

es más ardiente el goce y es la angustia mejor.

El recuerdo es hermoso como un palacio en ruinas...

Fuegos fatuos, entonces, recorren nuestras vértebras,

pues resucita el alma de las tinieblas hondas.

Solamente la noche nos convierte en nosotras.



La Nuit est à nous

C’est l’heure du réveil... Soulève tes paupières.../Au loin la luciole aiguise ses lumières,/ Et le blême asphodèle a des

souffles d’amour./ La nuit vient : hâte-toi, mon étrange compagne,/ Car la lune a verdi le bleu de la montagne,/ Car la nuit est à nous comme à d’autres le jour.//

Je n’entends, au milieu des forêts taciturnes,/ Que le bruit de ta robe et des ailes nocturnes,/ Et la fleur d’aconit, aux blancs mornes et froids,/ Exhale ses parfums et ses poisons intimes.../ Un arbre, traversé du souffle des abîmes, /Tend vers nous ses rameaux, crochus comme des doigts.//

Le bleu nocturne coule et s’épand... À cette heure,/ La joie est plus ardente et l’angoisse est meilleure,/ Le souvenir est beau comme un palais détruit.../ Des feux follets courront le long de nos vertèbres,/ Car l’âme ressuscite au profond des ténèbres,/ Et l’on ne redevient soi-même que la nuit.//

Renée Vivien es el nombre literario de Pauline Tarn, nacida en Londres en 1877 de padre inglés y madre americana. En 1899 se instala en París con una herencia que la pone a salvo de preocupaciones materiales y que le permitirá alentar las publicaciones de sus amigos y dedicarse a viajar durante largas temporadas. En París conoce a Natalie Clifford Barney, actriz y escritora iniciada en los salones literarios -era amiga de Pierre Louÿs-, con quien mantiene una tortuosa relación intermitente.

La baronesa Hélène de Zuylen (que cuidó a Vivien al final de sus días y que colaboró con ella en varias obras) le aportará estabilidad sentimental. Desde 1904 Renée mantuvo una relación casi completamente epistolar con una misteriosa admiradora de Constantinopla, esposa de un diplomático, llamada Kérimé Turkan-Pacha, que alimentará su mitomanía con un ensueño oriental prohibido y lejano.

Vivien hablaba así de sus viajes:

He entrevisto la maravilla egipcia, el encantamiento de los faraones desaparecidos, a Isis de alas verdes, extendidas como signo de protección a los muertos, a Anubis con cabeza de buitre que pesa su corazón en la balanza suprema, a Neftis, la diosa que atiende al alma temerosa. Sí, he visto todo esto y he regresado con el deseo de ver más, de ver otra cosa, de ver hasta volverme ciega, de verlo todo en la Tierra y de ver hasta en el Más Allá. Nunca se ve suficientemente lejos, nunca se ve lo suficiente.

Este insaciable instinto de exploración lo aplicó también a su obra de creación, que, amplia y desigual, abarca muy variados géneros. Novelas, relatos, prosa poética (Brumas de los Fiordos), adaptaciones de Safo -amplificaciones que explicitan la carga homoerótica del original griego-, teatro y narrativa en colaboración, e incluso una biografía de Ana Bolena.

En 1901 publica su primera colección poética, Études et préludes, a la que seguirán nuevos títulos: Cendres et poussières, À l’heure des mains jointes, Flambeaux éteints, Sillages, Haillons. Sus obras, en las que Gide declaró no haber encontrado nada valioso, están impregnadas de “un baudelairismo profundo, central, generador”. La influencia del “turbador Baudelaire” y del “tierno Verlaine” ya fue detectada por sus contemporáneos.

Vivien, con las espléndidas herramientas de la poesía simbolista finisecular, construye un mundo lírico decadente y hedonista. Lleva a sus más radicales consecuencias algunos de los registros de la fatalidad nihilista y de la perversidad voluptuosa tan en boga en el arte de 1900. Sus versos están poblados de Ondinas, Bacantes, Ofelias, seres noctívagos y destructivas amantes. Su lengua es lujosa y sensual, y a la vez extrañamente inmediata. Las flores raras, las piedras preciosas, las sedas y perfumes no llegan a asfixiar la franqueza anhelante de la voz de la autora.

Vivien es maestra en la exploración de los sentidos: sinestesias, correspondencias y asociaciones inesperadas se plasman con matices sutiles y delicados en ritmos impecablemente fluidos. En sus libros, Vivien explora acuciantemente nuevas maneras de decir el deseo; los cantos exaltados a la sabiduría de los sentidos y del cuerpo darán paso, en los últimos títulos, a una desesperada y morbosa indagación en la muerte. Todo ello se resuelve, en el conjunto de su obra, en una afirmación intemporal y subversiva del deseo. Vivien escribía, como Cernuda, para lectores del futuro.

Renée Vivien murió de anorexia en París a los treinta y dos años.
Safo en el París de 1900

Guapa, rica y apasionada, Renée Vivien fue autora de una poesía plena de vitalismo decadente.

París era hacia 1900, sin duda alguna, la capital cultural del mundo. Afortunadamente era una ciudad cosmopolita y liberal, entre otras cosas gracias al Código Napoleón, que no perseguía a los pecadores sexuales, por más que la moral patriarcal los viera mal o los condenara... En ese mundo pudo pasear Oscar Wilde, el proscrito, y pudo abrir su salón una mujer multimillonaria (también eso ayuda) que fue generosa, lésbica y promiscua, y que aunque norteamericana de nacimiento, escribiría en francés: Natalie Clifford-Barney. Ella fue una de las protectoras y amantes de Renée Vivien, nombre literario (y por tanto verdadero) de quien nació en Londres en 1877 como Pauline Tarn.

De educación afrancesada, mujer llena de pasiones y ansias de libertad, que siempre cuadraron mal con la Inglaterra victoriana, la hermosa Pauline se instala en París en 1899 -al alcanzar la mayoría de edad- para vivir su apasionado romance con Violette Shillito. Esta amante mítica, para quien ya era Renée Vivien, murió pronto, y la poeta (que escribió toda su obra en francés) nunca olvidó esa palabra de tan dulces matices, violeta, tan fácilmente localizable en su obra.

Guapa, rica y apasionada, el proyecto vital de Renée Vivien fue resucitar el safismo, ser la heredera de la mítica (y real) Safo de Lesbos, que había escrito una de las más bellas líricas de la antigüedad griega, y que había creado en Mitilene un universo femenino de sensualidad y de cultura, en el que fue la maestra. (Renée llegó a viajar a la isla de Lesbos, como lo hicieron por entonces otras lesbianas adineradas, con el afán de crear una suerte de ideal falansterio de mujeres amantes de mujeres...).

Pero -por educación y tiempo- Renée pertenecía también al fin de siècle y se había formado leyendo a Baudelaire (recordemos que éste pensó como primer título para “Las flores del mal”, “Lesbos”) y también a Verlaine y probablemente a otro de los casi olvidados jefes del decadentismo, Maurice Rollinat. Asumiendo las formas ya hechas (que no gastadas) del parnasianismo y del simbolismo entremezclados, con lujos y ardencias, bacantes y noche, Renée Vivien sólo podía construir una obra poética plena de vitalismo decadente, y no hay contradicción en los términos.

Su universo estrófico y verbal estaba hecho (aunque nada desmerece en ella) pero le añade la novedad no sólo del lesbianismo directo, sino del afán de recuperar la Antigüedad cerca y lejos de “Las canciones de Bilitis”, de Pierre Louÿs, cuya primera edición (que se pretendía traducción de un original griego) es de 1894. Pero Vivien, ardorosa y noctámbula, debe más a Verlaine y a Safo que a Louÿs. Renée tradujo las obras de Safo en 1903, utilizando la edición inglesa de Wharton, publicada en 1895. Gide no puso a Renée Vivien en su “Antología de la poesía francesa” (de 1949, obra de un viejo ilustre pero muy lejano entonces a las estéticas de su juventud), pero era más grave que no figurarse (porque es la gran antología de su tiempo) en la más famosa y plurieditada, “Poètes d’aujourd’hui”, de Van Bever y Paul Léautaud, cuya primera edición es de 1901, el año del primer libro -“Estudios y preludios”- de nuestra autora. Bien pudo figurar si entre la nómina de autores llegó a estar Lucie Delarue-Mardrus, notable poeta menor que frecuentó asimismo el círculo sáfico de La Amazona, como llamó Rémy de Gourmont a la sacerdotisa de la Rue Jacob, miss Clifford-Barney...

Y es que la vida y la obra de Renée Vivien son un meteoro de pasión, sinrazones eróticas, y ansias de vida y muerte. Falleció en 1909 -tras algún intento de suicidio- y en ocho años publicó ocho libros de poemas, dejando dos más inéditos que salieron póstumos.

La tarea que ha hecho una poeta de hoy como Aurora Luque (también traductora de “Safo”) antologando la obra lírica de Renée Vivien tiene mucho de rescate pero también de descubrimiento para bastantes lectores españoles. Vivien fue una poeta muy de su tiempo, sin novedades y llena de novedades, de la misma manera que no existe contradicción entre su angustioso afán vital y su morboso impulso tanático. Una bella, necesaria (y cuidada) antología en la que sólo echo alguna vez en falta una mayor presencia de asonantes en el texto español, ya que el francés siempre es rimado, y no es posible olvidar del todo esa música. Pero otro valor de Aurora Luque reside en contarnos -y era nuevo y sutil entonces- que Renée Vivien fue más seguidora de Safo que de Bilitis, pese a Baudelaire, a Verlaine, a Rollinat, y más que a Rimbaud (en sus pocos momentos más rupturistas), quizás a Charles Cros o a Tristan Corbière... Un brindis por la minoría moral, en una poesía clásica, veraz y suntuosa: "Y en la sombra florece, como un sueño perverso, / el abrazo armonioso de la amante a la amante". Las mujeres de hoy pueden, sin duda, oír mejor a Safo. Y a las bacantes sáficas... -

Autor: Luis Antonio de Villena.

Libros de Renée Vivien en castellano: “Poemas”. Traducción de Aurora Luque. Epílogo de María Merçe Marçal. Igitur. Tarragona, 2007. 188 páginas, 13 euros. “Cenizas y polvo”. Traducción de Joaquín Negrón Sánchez. Visor. Madrid, 2006. 129 páginas, 18 euros. “Estudios y preludios”. Traducción de Pablo A. Jiménez Burillo. TF Editores. Madrid, 2006. 68 páginas, 20 euros. “Se me apareció una mujer”. Traducción de Susana Cantero Garrido. El Cobre. Barcelona, 2006. 136 páginas, 18 euros. “Una mujer se me apareció” (1905). Traducción de María Dolores Martínez Muñoz. Arcibel. Sevilla, 2006. 136 páginas, 10 euros.

Fuente: El País (Babelia)
Tomado de http://www.femiteca.com/spip.php?article187

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