sábado, 5 de enero de 2013

El futuro ya llegó


viernes, 23 de noviembre de 2007

Pangea, el nuevo mundo


Por Vicente Luis Mora

[Este artículo, en una versión abreviada y sin notas, apareció publicado en el suplemento Culturas de La Vanguardia el pasado miércoles 21]

Hay algo de conquistador en todo aquel que mira un mapa
Rodrigo Fresán, Mantra

Tienes que aprender a ser adulto, abrir bien los visores y
enfrentarte a la realidad virtual.
Eloy Tizón, Parpadeos



Cuando en una sociedad sus habitantes ya no son los mismos, su concepción del tiempo ha cambiado, su visión del espacio es más amplia, sus potencialidades físicas y mentales son superiores, la ética y la política de sus relaciones internas han mutado, el antiguo arte ha sido superado por formas de crear que jamás habían existido antes y la idea misma de sociedad ha reventado, haciéndose más amplia y global, ha llegado el momento de repensar si esa sociedad es la misma. Y la respuesta es no. En apenas quince años, desde 1992 hasta hoy, el mundo ha sufrido una serie de cambios tan drásticos y profundos y que afectan a tantos ámbitos, ya sean sociológicos o íntimos, políticos o literarios, jurídicos y económicos, que es imposible mantener que el nuestro sea el mismo mundo que conocíamos hace dos decenios. Ha llegado el momento de detenernos a pensar qué puede haber ocurrido, y elegir un nombre cualquiera para definir esa nueva realidad, porque el nombre antiguo se ha quedado desfasado.

En un ensayo denominé Pangea a ese “nuevo mundo”, porque es un término que no excluye nada ni a nadie. En realidad, es una vuelta a un pasado geológico muy lejano, anterior a la deriva de los continentes, cuando toda la tierra de la Tierra estaba unida. Pangea fue la denominación del geólogo Wagener a aquella etapa, que incluyó la era Paleozoica y Mesozoica, y esa imagen de un planeta unido de nuevo, gracias a la tecnología y los medios de comunicación de masas, me pareció especialmente fértil para explicar el cambio que, en cierta forma, no es más que un retorno a aquella situación originaria. Aunque quizá en algún momento Pangea (Fundación José Manuel Lara, 2006) hacía demasiado hincapié en una especie de diferencia entre Pangea y el mundo real, a lo largo del libro se notaba que la interrelación es estructural; en La luz nueva (Berenice, 2007) ya dejé más explícito que Pangea es el nuevo espacio conformado por todas las realidades, viejas y nuevas; no podía ser de otra forma. Como bien explica José Luis Brea, “no existen este mundo y el otro”[1]. Así pues lo que había que hacer era explicar las circunstancias del proceso de cambio. El cambio ha sido provocado por la aparición de varias tecnologías, en especial Internet, que han definido un nuevo espectro político, algo que no es inédito, porque como explicaba Marcuse “el a priori tecnológico es un a priori político, en la medida en que la transformación de la naturaleza implica la del hombre y que las creaciones del hombre salen de y vuelven a entrar en un conjunto social. Cabe insistir todavía en que la maquinaria del universo tecnológico es ‘como tal’ indiferente a los fines políticos; puede revolucionar o retrasar una sociedad (…) sin embargo, cuando la técnica llega a ser la forma universal de la producción material, circunscribe toda una cultura, proyecta una totalidad histórica, un mundo”[2]. Una prueba contundente de esa relación entre lo tecnológico y lo político la apunta el filósofo José Luis Molinuevo, en La vida en tiempo real. La crisis de las utopías digitales (Biblioteca Nueva, 2006): “con motivo de los atentados en Londres de julio de 2005, se puso de relieve que algunos de los jóvenes islamistas habían recibido su educación más extrema a través de la Web” (p. 56). Del mismo modo, algunos ingenuos hablan de la “nueva libertad” de Second Life y espacios virtuales similares, sin apreciar, como bien ha recordado Gerfried Stocker, Director Artístico del Ars Electronica Center de Linz, “el control absoluto que Linden Lab –la compañía norteamericana que posee y gestiona Second Life– ejerce sobre todos y cada uno de los bytes y píxeles de sus tres millones y medio de usuarios”[3]. En realidad, como hemos intentado explicar en nuestro citado ensayo, el sustrato de Pangea y la auténtica raíz del éxito desmedido y global de la Red es su alto contenido económico, que por una vez ha aunado las voluntades de los anacrónicos Estados territoriales y de las dinámicas e implacables multinacionales empresariales, con la aquiescencia, sea por comodidad o desconocimiento, de los ciudadanos.

Por ser el medio electrónico, gracias al flujo constante de bytes[4], esencialmente fluido, hay una relación de continuidad entre todas las partes de Pangea, que se extiende a una nueva visión de lo técnico en relación con lo corporal y humano. Sophia de Mello escribió en El nombre de las cosas que “La civilización en la que estamos está tan equivocada / que en ella el pensamiento se desligó de la mano”. Si aún viviera la poeta portuguesa su angustia acabaría, porque parece que la tecnología está devolviendo al hombre a esa civilización donde la segunda mano técnica es también la primera: un estudio sobre el impacto de las tecnologías en los jóvenes publicado a finales de julio, encargado conjuntamente por Microsoft, Viacom, MTV y Nickelodeon, nada menos, llegaba a algunas conclusiones que deberían hacernos pensar, por ejemplo ésta: “Young people don't see ‘tech’ as a separate entity -it's an organic part of their lives”[5], según Andrew Davidson, vicepresidente de MTV. Este cambio brutal de percepción del entorno (lo tecnológico como orgánico, sin separación; lo digital entendido ya sin distinción como lo relativo a los dedos y a la instrumentación de medida de números, al mismo tiempo), es uno de los síntomas claros de ese nuevo mundo que es Pangea. Por cierto, que los publicistas de Coca-Cola, auténticos radares de cambios, emitían hace un poco un anuncio donde una chica tomaba la bebida y su brazo se convertía en una extremidad cyborg, bajo el lema “saca tu mano” (http://www.youtube.com/watch?v=phTuIEn3gAU). La metáfora apunta a un nuevo monismo, a través de la ampliación del concepto de cuerpo[6]. De la misma manera, nuestro mundo es ahora un planeta cyborg, recubierto de una carcasa metálica o digital, pero orgánica, formada por una red espinosa interminable, donde cada punta es un ordenador, que llega a varios miles de millones de hogares de la Tierra, a lo que hay que añadir la gran capa de edificios inteligentes, centros comerciales, espacios públicos cubiertos y homogeneizados por la digitalización y el aire acondicionado (lo que Rem Koolhaas llama el Junkspace, el “Espacio Basura”[7]). El resultado es una coraza metálico-electrónica que unas partes del planeta no existe más que en la delgada e invisible forma de la cobertura de los teléfonos móviles, pero que en otros sitios tiene consistencia matérica y una altura de muchas plantas.

Pero al cambio del espacio ha sucedido también un cambio de la percepción del tiempo. Uno de los gurús estéticos de Pangea, el ciberautor Mark Amerika, apunta en META/DATA. A Digital Poetics (2007) que el tiempo de la literatura digital es un “tiempo real asincrónico”, término que denomina “un indeterminado espacio de la mente que te hace parecer que vives en un permanente estado de jet-lag –un oscilante y antípoda ahora que desafía el ‘aquí, ahora y en todas partes’ mientras acoge la pasión de los momentos que te atraviesan cuando continuas creando tu obra en marcha online”[8]. Estas nuevas coordenadas dimensionales (o más bien su eliminación) están cambiando el arte y la literatura. El escritor pangeico Agustín Fernández Mallo apuntaba en mi blog Diario de Lecturas un frase que había hecho popular en un encuentro de narradores en Sevilla: “antes se creaba desde el conocimiento, y hoy creamos desde la información”, aclarándola de este sugerente modo: “O dicho de otra manera: antes el flujo energético era: desde la intimidad del autor (su erudición y sus psique, mito romántico) a la exterioridad de los lectores y la sociedad (la información). Un caso paradigmático sería Kafka. Y hoy el flujo sería en cierto modo inverso: desde la exterioridad de la información (publicidad, red, cine, etc.) a la interioridad del autor, que rehace a su antojo toda esa información que después devuelve transformada”. Es una forma de verlo; otra es pensar, como Marc Augé, que el conocimiento ha sido sustituido por el reconocimiento de la imagen[9]; una tercera es la visión del escritor mexicano Adrián Curiel Rivera, que imagina una distopía llamada “Urbarat 451” donde “las imágenes y la información indiscriminada habían sentado sus reales en la vitalidad del presente del hombre; se habían impuesto de una manera tan eficaz y apabullante sobre cualquier otra forma de comunicación y entendimiento que persistir en actitudes socialmente estériles, como la lectura de textos literarios constituía, además de una necedad intolerable (…) un retroceso histórico”[10]. Una cuarta mirada es la de autores como José Luis González Quirós y Karim Gherab Martín, quienes exponen en El templo del saber. Hacia la biblioteca digital universal (Ed. Deusto, 2006) que más que elegir entre información y conocimiento, la tecnología nos ha creado el problema de que asistimos a “la creación de un espacio lógico en el que coexistan todos los documentos que han sido escritos con voluntad de saber” (p. 9), lo que implica “plantear con nuevo vigor algunas de las preguntas esenciales en relación con qué es el conocimiento, cómo se organiza, cómo se refina y cómo se extiende” (Ibíd.). Lo que me interesa de estas visiones es que la de los escritores son tan sensatas y profundas como la de los filósofos, lo que implica que algo ha cambiado, y es que todos los involucrados activamente en Pangea saben que su interactividad, su acción y su preocupación (su preocupacción) sobre el tema, ayuda de cierta forma a conformarlo, porque las interpretaciones sobre algo que es a la vez realidad y simulacro son también parte de su esencia[11]. Quiero decir que en una era de muchedumbres electrónicas y votos instantáneos, la opinión cuenta a veces tanto como un antiguo poder de facto.

Estamos en un momento de cambio, lo que se advierte en ciertas resistencias incomprensibles. Cuando un dictador político, como el de Bielorrusia, y un conocido filósofo francés coinciden en que “hay que hacer descarrilar Internet” (Finkielkraut, Nous autres, les modernes), es que hay algo que provoca un colapso de la razón, una misreading o mala lectura o mal entendimiento de la naturaleza o de la profundidad de los fenómenos que están ocurriendo. Y otro dato que revela que nos encontramos en un momento de cambio es que los escritores han vuelto a las utopías negativas, como se aprecia en el cuento citado de Curiel Rivera, pero también en algunos textos de Jonathan Lethem, en Globalia (2004) de J.-C. Rufin, en el Cero absoluto (2005) de Javier Fernández, o en la reciente Entrevista a Mailer Daemon (2007) de Doménico Chiappe. La perspectiva no es nunca demasiado positiva en las distopías, pero Internet puede ser muchas cosas. Puede ser la “mercancía total” de la que hablaba Guy Debord, que debía regresar “fragmentariamente a un individuo fragmentado”[12], para cumplir su objetivo de mercado; también puede ser algo peligroso, pero es obvio que estamos ante un instrumento que tiene infinitas ventajas sobre sus inconvenientes; y el mero hecho de que algunos gobiernos, como el chino, el venezolano y ciertas agencias de inteligencia estadounidenses ejerzan un control más o menos directo de Internet debería convertirnos, casi instantáneamente, en sus valedores. Todo lo perseguido políticamente desde ciertas instancias tiene que ser democráticamente sano. Y también, desde una visión menos negativa, quizá la Red sea la consecución de un nuevo proyecto del saber occidental, quizá sea esa “red común del pensamiento” que Nietzsche preconizaba en El nacimiento de la tragedia. Hanna Arendt hablaba del “viejo sueño de la metafísica occidental, desde Parménides a Hegel, de un ámbito atemporal, no espacial, suprasensible, como la verdadera región del pensamiento” (De la historia a la acción). Quitémosle la referencia a lo suprasensible, sustituyámosla por inmaterial y tenemos ante nosotros un hermoso horizonte de posibilidades metafóricas.

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Notas
[1] “No existen este mundo y el otro. El arte no puede seguir reivindicando habitar una esfera autónoma, un dominio separado. Ni siquiera para argumentar la operación ‘superadora’ de su estatuto escindido. La clase de los objetos es única, todos ellos gozan del mismo calibrado y adolecen de la misma carencia ‘objetiva’ de fantasmalidad”; José Luis Brea, “Redefinición de las prácticas artísticas s.21”, Debats nº 84, “Lo virtual”, Valencia, primavera 2004, p. 69.
[2] Herbert Marcuse, El hombre unidimensional; Seix Barral, Barcelona, 1971, p. 181.
[3] Gerfried Stocker, “Del punk al mainstream”, en el catálogo Lab_Ciberespacios; LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, Gijón, 2007, p. 15.
[4] Unidad mínima de almacenamiento digital, compuesta de 8 bites. El diccionario de la R.A.E. ha admitido esta definición bajo el término “octeto”, en su tercera acepción: “Carácter o unidad de información compuesto de ocho bites”.
[5] The New York Times, 24/07/2007. El mismo estudio citado antes mostraba que las tecnologías se integran en cada cultura de modo diferente (los chinos tienen de media 37 amigos on line a quienes nunca han visto, en Japón la libertad individual del teléfono móvil suple la escasez de espacio físico), y que las dos palabras más utilizadas por los jóvenes eran “descarga” y “quemar” (grabar en un CD). De modo que podemos decir que hemos pasado del Quemando cromo de William Gibson al “quemando policarbonato” de las promociones más jóvenes.
[6] “a comienzos de este siglo no advertimos en la vida cotidiana las escisiones planteadas por el anterior entre cultura tecnológica y vida (…) Y sin embargo, esto todavía no se ha trasladado al imaginario de nuestras sociedades tecnológicas, que en el arte y la literatura sigue manejando tópicos neobarrocos y posmodernos”; José Luis Molinuevo, La vida en tiempo real. La crisis de las utopías digitales; Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p. 28. En efecto: veamos cómo Fogwill sigue manejando conceptos pangeicos con criterios tardomodernos: “Es como si el espacio electromagnético de la telefonía, al excluir la realidad de los cuerpos y del espacio que los contiene, librara a las cosas de los efectos discursivos del mundo. Pero sin ellos, claro, ya no está el mundo y no siempre resulta fácil explicarse por qué a toda esta información sin mundo se le asigna más valor que al magma de las cosas y acontecimientos que componen el mundo”; Fogwill, Urbana, Mondadori, 2003, p. 131.
[7] R. Koolhaas, Espacio basura; Gustavo Gili, Barcelona, 2007.
[8] Mark Amerika, META/DATA. A Digital Poetics; MIT Press, Massachussets, 2007, p. 203.
[9] “La imagen puede ser el nuevo opio del pueblo. Vivimos en un mundo de reconocimiento, no de conocimiento. Se vive realmente a través de la pantalla. Los medios de comunicación deben ser objeto de educación, no sólo un canal de información. Sólo entiendes la manipulación de las imágenes al hacer una película. Hay que aprender a leer y a escribir y también a leer y a hacer imágenes”; Marc Augé, entrevistado por El País, 23/06/2007, p. 52.
[10] Adrián Curiel Rivera, “Urbarat 451”, en VVAA, Día de muertos. Antología del cuento mexicano; Plaza & Janés, Barcelona, 2001, p. 70.
[11] “No puede haber una estrategia de lo virtual porque ya sólo hay estrategia virtual”; Jean Baudrillard, “La impotencia de lo virtual”, Pantalla total; Anagrama, Barcelona, 2000, p. 75.
[12] G. Debord, La sociedad del espectáculo; Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 55.


Publicado por Vicente Luis Mora en 6:58 p.m.
Tomado de http://vicenteluismora.blogspot.com.ar/2007/11/pangea.html

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