domingo, 8 de septiembre de 2013

El loco es la verdad irresponsable

El loco y la camisa



Por Nicolás Bottino




“El teatro no es un espejo de la vida, es una lente de aumento”
Mayakovski




Hay pocas cosas que me fascinen tanto como el teatro, y en sus variadas formas. Por un lado porque lo considero un delirio, al estilo Artaud. Un delirio que es contagioso.
El teatro conmueve, te lleva a otra parte. Te pone al mundo en perspectiva. Te lo da vuelta. Si la obra es buena, puede sucumbir y calar hondo. “Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera el inconciente reprimido, incita a una especie de rebelión virtual e impone a la comunidad una actitud heroica y difícil” (Artaud, A. “El teatro y su doble: el teatro y la peste”).
Y, un poco de esto, un poco de aquello, es lo que sucede con “El loco y la camisa”.

Ahora bien, ¿Cómo es posible arrancar un análisis de una obra que tiene tanto para decir? ¿Cómo poner en palabras algo que a uno lo termina desbordando? Arranquemos:
“El loco y la camisa” nos deja construir a una familia de la zona sur del conurbano bonaerense venida a menos, como la casa donde viven. Una familia donde, como en todas, hay silencios, secretos guardados, resignaciones y frustraciones. Donde entran en juego las ironías y las tensiones. El drama y la comedia.
Esta familia está constituida por una madre tierna, y de tan tierna sumisa, que se ocupa de los quehaceres de la casa: plancha, cocina y conversa a un marido que poco le interesa lo que tiene para decir. Él, su marido, es un hombre seco, autoritario y violento.
Por otra parte están ellos, los hijos: María Pía es una mujer a la que sus inseguridades le juegan en contra, con el típico sueño de encontrar a un hombre que la rescate de su situación de pobre. Y lo va a presentar en su casa. A Mariano: abogado de Zona Norte, proveniente de una familia de una clase social superior, arrogante y machista.
Es acá donde empieza todo (o continúa todo). El problema es qué hacer con el loco, el otro hijo: Beto. Y con él, todo lo que tiene para decir.

Metiéndome un poco más en la obra, una de las cosas que se vislumbran, y queda en evidencia, es la relación de Beto con su familia sostenida mediante una base sólida en el rechazo. Exceptuando el rol de su madre, siendo la única que lo acepta tal cual es. Sin embargo, su padre, lo ignora plenamente, considerando que la mejor opción es su internación hospitalaria. Y por su parte, la hermana, piensa directamente que encerrándolo en su pieza taparía todo lo malo que hay a su alrededor. Evidentemente, lo que no sabían, es que lo que uno rechaza, vuelve, y de una manera mucho peor. ¡Y vaya si volvió!
Beto es definido como un otro distante. Como un loco. Definición realizada a partir de alguien (su familia seguramente) que lo considera de esa manera. Y se construye desde un discurso. Como dicen Deleuze y Guatari: “El Otro se presenta aquí ni como sujeto ni como objeto, sino cosa sensiblemente distinta, como un mundo posible, como la posibilidad de un mundo aterrador”
Es loco justamente porque dice. Y dice la verdad: “El loco es la verdad irresponsable” (Foucault M. y Watanabe M. “La locura y la sociedad). Por ello, justamente, es rechazado, aislado, “es neutralizado con alguna excusa socialmente aceptada y la locura es una de ellas” (Lucho Bordegaray “Queremos seguridad, siempre”).
La palabra de Beto cobra valor, densidad. Loco porque viene a romper un orden y a poner en peligro la seguridad que se entreteje por babas de diablo en la familia.
Es menester destacar el modo que tiene Beto de apropiarse del discurso de los otros, para demolerlo y devolvérselos de la forma más dura posible. No le dicen loco porque sí, sino para aminorar y sacarle un poco de peso a todas las miserias familiares, los secretos no resueltos que quedan al descubierto. Foucault dice que “El loco ocupa en el teatro una posición privilegiada: el loco sobre el escenario es el que de antemano dice la verdad, el que la ve mejor que la gente que no está loca, el que está dotado de una segunda vista”.

Espacio:

Al entrar a la sala donde se iba a desarrollar la obra “El loco y la camisa”, quedé algo desorientado. Las butacas, no se encontraban en el sentido que estaban cuando fui a ver otras obras de teatro. En este caso, las ubicaciones se repartían alrededor de donde luego sucedería la representación. En círculo. Así, el público formaría parte de los ambientes de la vivienda. Así, se propone que el espectador se instale en la intimidad de una casa de familia. Devenidos en testigos cercanos, prácticamente en posición de voyeurs, el público rodea a los actores.
Acá es donde entran a jugar las emociones y las sensaciones que cada uno como espectador experimentará. Más allá de encontrarse bien establecida la cuarta pared, porque es una obra de teatro real, es posible sentirse adentro, inmiscuidos en esa violencia, desnudos y desprotegidos. Sentirse, de a momentos, ese personaje con el cual nos identifiquemos.
Es posible que las percepciones varíen según el lugar que se ocupe: por momentos la cercanía permitirá aprehender hasta el mínimo gesto o sonido, en otras ocasiones se tendrá que afinar los sentidos para ver y escuchar.
La sala se torna un espacio escénico en sí mismo. Y ese espacio, como dije antes, es una casa familiar. La puerta por donde antes se había ingresado, al comenzar la obra, se convierte en la puerta de entrada de esa misma casa.
Otra cosa que puede apreciarse al ingresar y sentarse en la silla, es que ya se encuentran dos actores en escena. Se va entrando al tiempo de la representación de a poco, lentamente.

Tiempo:

En la representación teatral, tiempo y espacio están vinculados. Y esto, según Uberserfeld, es lo que constituye el ritmo de la representación. En relación al tiempo, según la autora, “es un tiempo diferente donde las nociones de irreversible y de absoluto ya no cuentan más, donde la sucesión y la causalidad de los acontecimientos pueden ser abolidas, un orden diferente del tiempo, un tiempo de fiesta para el cual se necesita cierta preparación”. En esta obra, podemos decir que el tiempo de la representación (ficcional) construye un aquí y ahora. Un aquí y ahora que si bien es ficcional, y se separa del tiempo de la expectación (del espectador), transcurre sin alteraciones temporales. Se mantiene siempre en un tiempo corrido y presente. No hay un juego en relación al tiempo, en este caso, construyendo así un marco contextual que bien podría ubicarse en un momento actual. Ya sea por cuestiones que aparecen en la dramaturgia, o en el vestuario.

Objetos:

Para hablar de los objetos escénicos, en principio podemos definir al objeto teatral como todo aquello que se manipula dramáticamente. Ubersfeld dice que es todo aquello que se encuentra sobre el escenario, incluso un elemento puesto de forma casual, se vuelve significante por su sola presencia. Universo que es construido artística y dramáticamente. Es decir que el objeto es el elemento que permite comprender de forma más precisa el funcionamiento del espacio.
Es interesante destacar la importancia, y a su vez, la significación que cobran ciertos elementos dentro de la obra, como signos. El objeto teatral no es un signo, pero en escena se convierte en signo. Objetos que al ser manipulados por los actores, significan. Objetos que tienen una triple función: índice, ícono y símbolo.
De la obra se pueden citar ejemplos de objetos que se convierten en la cosa que es el medio de una relación con otro. En principio podemos mencionar al revólver con el que vemos entrar a Beto y tras un disparo logra, justamente, su cometido: captar la atención de sus padres (y del público). El revólver como índice de una acción: “Tengo que tirar un tiro para empezar una charla familiar”, dice Beto. Y así parece. Otro objeto que cobra relevancia, y que justamente se encuentra en el título de la obra, es la camisa. No cualquier camisa. Una camisa con rouge en el cuello. Dicho objeto puede ser el símbolo de una realidad concreta: la infidelidad. Y quien la encuentra es Matilde, la madre y esposa, mientras plancha. Una camisa que esconde mentiras, y que, a su vez, produce ceguera. Tema que luego va a retomar Beto, al momento de contar algunas verdades.
Un objeto que a mi parecer, también sirve en este caso, como muestra del rechazo hacia Beto, es un sombrero que tiene puesto. Al preguntarle a su padre si él lo vio, le contesta que no (en dos oportunidades), sin ni siquiera registrar que se encontraba en la cabeza de su hijo. Porque simplemente no mira a su hijo. Ni a nadie. La única quien ve al sombrero, es su madre. Sin tirar demasiado de acá, podemos decir fácilmente que, justamente su madre es quien lo ve, quien lo mira, quien lo cuida. Porque para el resto, Beto sólo les da vergüenza.

Otra de las cosas a tener en cuenta en esta obra, y por ello, a analizar, son los silencios. Porque también los silencios dicen. Como los silencios del padre, demostrando su desinterés y su hartazgo hacia su familia. Y particularmente, en “El loco y la camisa”, son incómodos. Incómodo para Mariano cuando espera sentado en el sillón el regreso de su novia, que fue en búsqueda de sus padres para presentárselos. Pero más incómodo aún, es el silencio después de la tormenta. El silencio incómodo y denso, sombrío.
Porque todo termina de estallar donde se debe, próximo al final. Si no es que todo ya estaba reventado. Y ese estallido lleva a la obra a su (no) cierre, que no es nada cerrado. Nada cerrado porque deja todas las preguntas y todos los replanteos. Ubersfeld plantea al espectador, a los espectadores, con la posibilidad y perspectiva de “su propia muerte”. Con un (no) final a seguir a armando y repensando. Y aún así, cuesta salir de la obra cuando termina.
Es, simplemente, un cierre tras una pequeña victoria de Beto, marcado por la z del zorro. Pero una batalla no gana una guerra. Y en ese hogar ficcional, parece ser que se viven guerras todos los días. Una guerra que desborda a cualquiera.



Ficha Técnica
Autoría: Nelson Valente
Actúan: Soledad Bautista, Gabriel Beck, Ricardo Larrama, Julián Paz Figueira, José Pablo Suárez, Lide Uranga
Escenografía: Luciano Stechina
Fotografía: Mariana Fossati
Asistencia de dirección: Mariana Fossati
Dirección: Nelson Valente
Funciones: Viernes y sábados a las 21 hs, domingos a las 19 hs. El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, CABA.



Tomado de http://u-nico.blogspot.com.ar/2013/08/el-loco-y-la-camisa.html

2 comentarios:

u-nico dijo...

Muchas gracias por compartirlo. Y me alegra que te haya gustado tremenda obra.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Gracias a vos

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...