jueves, 9 de enero de 2014

Los que sublimaban la pasión pintando retablos para iglesias




Los soldados hablan corto



Por Silvina Giaganti


Sé que la sabiduría consiste en no perder la calma aunque no se te dé nada. Que a las figuras que alcanzaron el nirvana las vi sólo en esculturas de porcelana. Que ansiar es de humano y a respirar se aprende. Que la respiración clavicular viene cuando estás colapsado, y la abdominal oxigena la sangre.

Sé que es más fácil pertenecerse a uno mismo, decían los hombres del Renacimiento.
Los que foguearon la narrativa de la anatomía y diseñaban aeroplanos mientras escapaban de la peste.

Los que sublimaban la pasión pintando retablos para iglesias.

Y que seguimos mirando como cobayos sus obras maestras.

Sé que no hay nada más transformador que el amor. Es como experimentar que el mundo se arregla.

Sé que entrenar es más que mantenerse en movimiento: es hacerse cargo del propio cuerpo. Sé que el cuerpo no es la cárcel del alma, sino el motor de la vida. Sé que somos nosotros y nuestras endorfinas.

Sé que en las películas de guerra los diálogos son trascendentes. Los soldados hablan corto e importante porque cuando la vida puede perderse no se habla de más como en una de Woody Allen.

Sé que hay algunos días en que la vida se aguanta. Y que hay mañanas más irreales que un videojuego.

Sé que me gusta el whisky porque me para la mente. Tomarlo del pico y sentirlo caliente pasar por la tráquea.

Sé que nadie salva. Que sólo nos sostiene el piso. Que a todos nos persigue algún trauma. Y que vos y yo somos veteranos de guerra.

Sé que me gusta la música country, la nostalgia de su melodía. Que me caen bien los sureños. Su intensidad y su ropa. Y añoro el Mississippi aunque no lo conozca.

Sé que me gusta la terraza de la casa de mis padres porque se ven las estrellas. Y la hilera de faroles que iluminan las cuadras que iluminan mi pasado.

Sé que del barrio hay que irse rápido. Lo triste que puede ser un mundo de cuatro manzanas. Que hay que agarrar lo que se tenga. Y aprender a sufrir en otro escenario.

Sé que querer es trabajar las culpas. Rebajar el daño a evento cotidiano. Que perdonar no es de débiles y que nadie es de titanio.

Sé que es una impostura ser coherente todo el tiempo y que simular sentir menos es un bloque de concreto para tapar el sufrimiento.

Sé que cuando sos o no sos algo no hace falta hiperbolizarlo.

Sé que un perro es una buena compañía. Viven en el presente, te depuran los días. Y que la recompensa que recibí en la vida se llama Poxi, un cuzco mestizo que tiene 10 años.

Sé que el enojo es tristeza encubierta. Y que vivir liviano no es despojo: es inteligencia.

Sé que hacer pan me cura las manos. Ver como leva esa montaña tibetana me limpia los ojos. Se lleva agua estancada.

Sé que las cosas no encajan como encaja una vértebra sobre otra. Que cuando una se arregla otra se desacomoda. Sé que si estás sano de la cabeza podes comer hasta piedras. Pero si estás mal nada te nutre.

Sé que todo lo que nace separado muere de la misma forma. Y que desde la habitación de un hospital todo se ve diferente. Se ve con ganas de perdonarlo todo.


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