sábado, 14 de junio de 2014

La necesidad de incrementar el mundo con personalidades ficticias

[Borrador manuscrito sobre el origen de los heterónimos]
[texto manuscrito, tal vez 1935]





Tuve siempre, desde niño, la necesidad de incrementar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, contemplados con claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más que cinco años, y, niño solitario y no deseando estar sino así, ya me acompañaban algunas figuras de mi sueño –un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas– y otros que ya se me olvidaron, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquellos, es una de las grandes saudades de mi vida.

Esto parece simplemente aquella imaginación infantil que se entretiene con la atribución de vida a muñecos o muñecas. Era, sin embargo, más: yo no necesitaba muñecos para concebir intensamente esas figuras. Claras y visibles en mi sueño constante, realidades exactamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal, las destruiría. Eran gente.

Más allá de esto, esta tendencia no pasó con la infancia, se desarrolló en la adolescencia, se arraigó con su crecimiento, se volvió finalmente la forma natural de mi espíritu. Hoy ya no tengo personalidad: cuanto en mí haya de humano, yo lo dividí entre los autores diversos de cuya obra he sido el ejecutor. Hoy soy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.

Se trata, con todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo; escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas en almas. Tan simple es, en su sustancia, este fenómeno aparentemente tan confuso.

No niego, sin embargo –favorezco, incluso–, la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu, porque es anormal, es igualmente susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que sea loco, pero exijo que se comprenda que no soy loco diferentemente a Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos del lado sano de nuestra locura.

Médium, así, de mí mismo todavía subsisto. Soy, sin embargo, menos real que los otros, menos cohesionado [?], menos personal, eminentemente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía me acuerdo del día –13 de Marzo de 1914– cuando, habiendo “oído por primera vez” (esto es, habiendo terminado de escribir, de un solo sorbo de espíritu) gran número de los primeros poemas de El Guardador de Rebaños, inmediatamente escribí, al hilo, los seis poemas-intersecciones que componen Lluvia Oblicua (Orpheu 2), manifiesto y lógico resultado de la influencia de Caeiro sobre el temperamento de Fernando Pessoa.




Fernando Pessoa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pessoa necesitaba ir al psicólogo.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

Él mismo se describe a sí mismo un caso patológico, genial sin duda.

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...