martes, 30 de septiembre de 2014

Vida de Santa Teresa y todo me emociona místicamente en Jujuy

Una narradora de los extremos: de los basurales al misticismo religioso



Alicia Dujovne Ortiz habla sobre su último libro "Un corazón tan recio"



Hielo ardiente: es el ejemplo más común de oxímoron, esa figura retórica que junta palabras que uno diría que no pueden reunirse. Es lo primero que se piensa si se considera los dos últimos libros de la escritora y periodista Alicia Dujovne Ortiz, Quién mató a Diego Duarte (2010) y la recién editada Un corazón tan recio . A Diego Duarte lo mató un policía, permitiendo que lo sepultara la tonelada de basura que tiró la grúa de la Ceamse de José León Suárez el lunes 16 de marzo de 2004. Y la dueña del corazón tan recio es Teresa de Avila, santa para los que creen en las santidades, judía –nieta de un converso– para los que creen en la religión de la sangre, fundadora de una orden austera –las carmelitas descalzas–, mística de los que tenían éxtasis, la poeta Teresa de Avila, en fin, que no cayó bajo la tonelada de tortura y muerte de la Inquisición gracias a su talento y su astucia y un poco a la suerte. Y la autora, Alicia Dujovne Ortiz, es una señora encantadora, elegante y amable, tan capaz de subir la montaña de basura de la Ceamse –la subió– como de perderse en los orgásmicos éxtasis de Teresa.
¿Qué encontrás en común en dos temas tan extremos?
Esa es la palabra, extremos: son personajes extremos y viven situaciones extremas. Gente capaz de llegar al límite de sí, porque lo ha elegido, o, como en el caso del pobre Diego Duarte, porque se lo impuso el policía que lo hizo, le tocó. Mientras estaba trabajando con la mística del Siglo de Oro –el XVI– investigaba eso. Y ahora estoy yendo.
¿A los asentamientos?
Sí, en estos días estoy muy cansada porque hice todo el recorrido, de La Matanza a Suárez. Crecen sin parar, son muchísimos más que hace dos años. Y a partir del libro sobre Diego me reciben muy bien; estoy haciendo siete retratos del conurbano, de lugares diferentes. Cuanto más planeo en las alturas con la santa, más ganas tengo de ver eso. Y es gente con la que tengo real afinidad, por eso nos entendemos. No te diré que soy una cartonera, pero de alguna manera viví la marginalidad.
¿Fue cuando te fuiste a vivir a Francia sola y con una hija de 13?
Sí. Antes había vivido como una periodista pobre, pero de todas maneras acá tenía una familia de clase media. Y allá fue una experiencia de guerra permanente porque nunca he tenido un trabajo fijo, ni siquiera hoy, entonces mirá si no voy a entender a los que se inventan la vida.
En “Quién mató...” relatás una escena infernal: bajo la poca tierra del asentamiento fermenta la basura y si patean salen llamitas. Viste el infierno. ¿Teresa de Avila te deparó algún éxtasis? 
Sí, vi la elevación también. Lo de la mística es una deuda que yo tenía con la adolescente que fui: cierto día, estando en la plaza Lavalle, en un banco, al atardecer, con un estado de gran bienestar físico –acababa de salir de una clase de danza– sentí de repente una lluvia de felicidad, totalmente inexplicable e indecible. Yo vengo de un hogar comunista y ateo, no sabía ni que podía existir eso; de ese estado de bienestar físico surgió algo que es como mantener una clara a punto de nieve, algo que sube, y una respiración instalada en otro lado...
Y ahí leíste a los místicos.
Sí, sobre todo a San Juan de la Cruz, que tuvo una mística más depurada que la de Teresa, pero de ella me fascinó la historia. Muchos teóricos de la religión desconfiaban de Teresa, porque la encontraban demasiado sensual, femenina, todo lo que a mí me interesaba. Era una mujer, escribía con palabras de mujer, con una tremenda sensualidad. Esa visión la lleva a escribir: “Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas (...). El dolor era tan fuerte que me hacía lanzar gemidos, mas esta pena excesiva estaba tan sobrepasada por la dulzura que no deseaba que terminara”.
Es el texto más erótico de la historia de la literatura.
También está la cuestión del judaísmo, por dónde vos le entrás al personaje. 
Cuando lo supe pensé: “Este personaje nació para mí”. El abuelo era un judío condenado por la Inquisición. Yo no he encontrado ningún libro en el que esto sea un tema central y para mí lo es y lo habrá sido para Teresa, en ese momento por algo así podías terminar en la hoguera. El abuelo tuvo que desfilar por las calles de Toledo durante siete viernes, descalzo, en medio de 800 condenados, algunos de los cuales iban a la hoguera. Iban llorando y gritando mientras la gente les lanzaba basura. Ella lo supo y se tuvo que callar la boca toda su vida. Y en España no se supo o no se aceptó hasta 1947. Cinco siglos de silencio.
La cintura de Teresa para zafar de la Inquisición es admirable.
Sí, impresionante, esa astucia que la llevaba a decir “yo no soy más que una mujer”, me hacía acordar a Evita que decía más o menos lo mismo, y eran unos minones tremendos. Teresa tenía que tener cintura como mujer que se animaba a tener semejantes éxtasis, como nieta de condenado. Y los éxtasis, además, eran iguales a los de los alumbrados, que era una secta generalmente de judíos . Y a los alumbrados los quemaban. Vivía en peligro, además, por su feminismo, por su absoluta negativa de aceptar el destino de la mujer de la época, de casarse y tener hijos. Por otra parte, su capacidad de sostener su decisión de fundar conventos con regla dura, la cantidad que fundó haciéndose un poco la tonta...
¿Te parece que el misticismo se puede traducir en términos de experiencias contemporáneas como la del Che Guevara?
Sí, porque es la autoconsumación llevada al límite, de alguna manera a la santidad. Cuando murió el Che, mi padre se quedó muy impresionado: acababan de distribuir un cachito de tierra a cada indio. Desde la colonia no tenían eso, no era momento para revoluciones. Y mi padre era un comunista sensato. Cuando supo que había muerto el Che, se quedó un rato sentado y dijo: “Ese muchacho fue un santo.”

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...