De todos los territorios posibles por los cuales transitamos nuestro tiempo los seres humanos, el hogar, o mejor dicho esa profunda idealización que tenemos de lo que es y sobre todo lo que significa para una vida plena tener un hogar, es una zona deseada y perseguida como sólo pueden serlo aquellas posesiones que nos dan una idea de mundo propio, distinto a lo que propone la realidad y el afuera. De todas maneras, cada uno tiene su propia concepción de ese lugar, de ese refugio, en definitiva, que termina siendo mucho más que cuatro paredes y un techo. Es decir, cómo convertir lo material y los objetos sin alma en algo con significado e intimidad. En ese trayecto de apropiación del terreno, a veces difuso e imprevisible y que no siempre se concreta, se inscriben los tres relatos de Polvo de pared (Dakota Editora), el primer libro de la brasileña Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) que llega a nuestro país con una muy buena traducción de Martín Caamaño.
La aparición de un texto de estas características no deja de ser una buena noticia ya que permite el intercambio de experiencias de escrituras entre dos países cercanos pero que no han movilizado, tanto como hubieran podido, el flujo de libros como materia de contaminación cultural. Y esta es una situación entre Brasil y Argentina que, poco a poco, está cambiando. Por ejemplo: en la última bienal del libro en Río de Janeiro nuestro país fue invitado de honor, y, por otra parte, la editorial Adriana Hidalgo y el poeta y traductor Cristian Di Nápoli, entre otros, vienen haciendo un gran trabajo de difusión de la literatura brasilera a la que vale la pena ingresar. Y, volviendo a nuestro tema, ahora se publica en nuestro país Polvo de pared, en el que Bensimon muestra su humilde destreza para la creación de climas y texturas indeseables dentro de espacios pequeños y vidas que no encuentran una certeza donde depositar todas sus esperanzas o, al menos, pisar tierra firme.
"Bajó del colectivo y ahora ya estaba frente a la Villa Savoye. Poco después caminaría por las habitaciones viendo el paisaje a través de las ventanas alargadas, subiendo aquellas rampas hacia el jardín suspendido, observando los divanes y los sillones de Le Corbusier y sin sacar ninguna foto, porque prefería que la cabeza después recordara las cosas como mejor le conviniera, con esa imprecisión que da la falta de pruebas", dice uno de los narradores de "La Caja", el cuento que abre Polvo de pared, y ese es el  tono que recorre y cuenta lo que sucede en estas páginas: con la calma de la melancolía y la indefensión frente al paso de las horas y las fechas que marca el almanaque mientras se busca un lugar donde pasar lo que resta de existencia.
Porque la verdadera pregunta sería: ¿dónde queda todo ese cúmulo de recuerdos que no pueden ir con nosotros a todos lados, que no pueden acompañarnos en nuestros viajes? ¿Quedan en algún lado? ¿Las casas cumplirían esa función, la de depósito de aquello que la memoria frágil no puede retener?
Polvo de pared no busca responder ninguna de estas preguntas. Sin embargo, las suscita con sus tres historias y trata de mostrar los modos en los cuales algunas personas no pueden encontrar un lugar al que volver, al que amar, al que se sientan arraigados más allá de los recuerdos y la memoria. «