domingo, 30 de octubre de 2016

Regalos

Qué rico el lemoncello que me regaló mijito para el día de las madres. Y eso que yo le pedí un tender.

Diversidad conurbanense

La estación de la diversidad o de cómo mi lengua viperina se entretiene sacando el cuero mentalmente: Subo al tren en Dorrego. Me siento y junto conmigo suben y se me sientan enfrente, en hilera, casi como si quisieran que yo haga este muestrario malediciente, cuatro personas que llamaremos "les flaquitos trasngénero y transépoca", "la loca de los anteojos" y "la trava yendo a casa de mamá".



"Les flaquites transgénero y transépoca" tienen ropas, peinados y cuerpos cuya descripción requiere de todas mis teorías queer y mis referencias interdiscursivas: une lleva unos chupines cocidos sobre un pantalón que fue "de vestir" como de la época de su abuelo y una camisa que me imagino que compró en feria americana cuando ya estaba así de desteñida, el pelo combina un rapado lésbico último modelo con el jopo a la Michel Fost en Muchacho lobo en los 80. Le otre tiene una cara hermosa, parece modelo de Modigliani pero con pircing en el labio inferior, el pelo es oscuro, lacio y le cae divino sobre los hombros, mueve las manos con una dulzura atrapante, todas las uñas pintadas de negro menos una de rosa oscuro, tiene una remera de Pescado rabioso y pantalón de jean negro cortado en las rodillas por donde asoman unos pelos largos y negros que me hacen tratar de reponer mis binarismos genéricos heredados. Entre la O y la R de su remera caen dos colgantes idénticos pero con piedras diferentes, una blanca y la otra lila. Ambes leen Rayuela y otro libro que no alcanzo a distinguir, los sacan de sus morrales y se los pasan y comentan con amor.



En el asiento de atrás se ubica una loca loca loca, sin ambiguedades genéricas sino decididamente instalada en una feminidad ruidosa y rosada. Lleva dos pares de anteojos color fucsia (¿uno tiene forma de corazones o estoy exagerando?): uno sobre los ojos y el otro como vincha sobre una pelambre que no deja de amasarse mientras grita que no se le hizo bien la cresta y una no sabe si se trata de una performance callejera o una queja gratuita. La cosa es que tiene el pelo horriblemente teñido de no se sabe qué y la piel manchada de bronceador sin sol o algo semejante. Habla sola o con todos, dice algo sobre cagar durito y el hipoglós para que no te duela. Le compra al vendedor ambulante dos alfajores por 10 pesos y el pobre hombre no sabe si cobrarle o pasarle lejos. Al rato cierro los ojos y desapareció.



Un poco más allá, callada, con un gesto raro entre chuparse los mocos, oler caca y estar a punto de soltar un gargajo, va sentada la persona que, hipotetizo, ha tenido que vestirse de hijo para ir a visitar a una madre que no se hace cargo de que hace años ella es una mujer. Los pómulos deformados por el botox y los labios... pobres labios... están cubiertos por una base mal aplicada o están a medio camino entre la depilación facial y el reboque. La ropa de varón se ve que le jode, un buso muy rojo y muy grande, unos pantalones cargo y unas zapatillas enormes. Se ve que mamá prefiere tener un hijo feo que una belleza trava.



En el subte B hay un músico senegalés cuando subo. Negro, muy alto, enorme boca, enormes dientes, gorro rastafari, voz deslumbrante, instrumento tipo mbira gigante. Lo golpea por debajo con una mano llena de anillos gruesos que producen como tres sonidos diferentes mientras con la otra mano percute las teclitas sobre el agujero de la mbira. A la vez canta en un idioma cuya única palabra comprensible para mí es "África". Es maravilloso.



Dos minas en el andén y yo que pesco líneas de diálogo entrecortadas y les sonrío: "... el que estaba sentado... le apoyé todo el culo cuando me fui a bajar ... para que diga ah, esa es la que me puso todo el culo fofo la otra vez..."

City tour literario: Witold Gombrovich

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...