domingo, 5 de febrero de 2017

Si Juana veía la telaraña un poco corrida o abierta, decía que alguna monja había querido tocar a Felipe

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LUNES, 29 DE FEBRERO DE 2016
LITERATURA › ANA ARZOUMANIAN Y LOS POEMAS DE JUANA I

“Hay cuerpos que viven en los bordes de la pasión”

La reedición de este libro, a casi una década de su publicación original, permite abordar desde una perspectiva histórica el tema de la violencia de género. Los poemas, sobre Juana la Loca, ponen el dedo en viejas llagas vinculadas con el dominio sobre el cuerpo de la mujer.
 Por Silvina Friera
La pasión desaforada irrumpe en el cuerpo de Juana. “Me llevaré tu corazón a los labios, a las piernas. Como el mar, lo moveré de un lado a otro. Como se hace con el vino o con la leche para hacer manteca. Recojo el corazón que dejás tirado en mi vientre, lo acuno”, dice una voz que necesita una boca, la voz de una mujer que le habla a su marido muerto, Felipe, mientras está encerrada en Tordesillas por orden de su padre primero y después de su hijo, ninguneada y maltratada por “loca”. “Y te grito y tu cuerpo no escucha. Tengo que encontrarte para saber que no me quedé con ningún pedazo. Que podrías. Que todavía podría estar encima, o por debajo, o quizás al lado, muy de costado, sentir una llamarada inquieta, quemando”. Los poemas de Ana Arzoumanian son llamaradas que queman a la vez que ponen el dedo en viejas llagas como las políticas de dominio sobre el cuerpo de la mujer y el atropello brutal del poder del varón. La reedición de Juana I en la colección Libros de la Noche Circular de Nahuel Cerrutti Carol editor, a casi una década de su edición original, permite volver sobre la intensidad de una escritora que corta las frases como si el torbellino de pensamientos de Juana la guiara; cortes labrados con la crudeza y la fragilidad de quien ha sido condenada de por vida como “incapaz”, una expatriación de los cotizados dominios de la razón.
Arzoumanian recuerda que la escritura de Juana I –que tuvo una versión teatral en 2007, La que necesita una boca, dirigida por Román Caracciolo (ver aparte)– comenzó cuando estaba participando de un curso de psicoanálisis y tenía que estudiar un caso particular: Juana I de Castilla, llamada Juana “la Loca”. “Yo tenía que tratar de ver si era esquizofrénica o una histeria grave. Para analizar esta cuestión recorrí algo de la historia: la relación de ella con el cadáver de Felipe y esa especie de locura... Yo sentí algo en el cuerpo. ¿Qué sucedió con esta mujer? Ella necesita una boca porque necesita armarse un discurso en relación a su familia, pero también en relación a la mujer y al poder. A pesar de estar encerrada, de haberla condenado al ostracismo, ella siguió siendo reina pero no gobernaba. Primero la encerró su padre, después de la muerte de su esposo. Y después su hijo. Ella es una mujer que no puede hablar. A Juana le llegaban los informes de Bartolomé de las Casas sobre lo que sucedía en América. Ella estaba al tanto sobre la visión crítica que tenía él sobre el robo y las matanzas. Pero Juana no habla o no la dejan hablar”, plantea la escritora en la entrevista con Página/12.
–¿Por qué decidió insertar fragmentos de documentos históricos?
–Hay documentos de Las Siete Partidas y de la Recopilación de Leyes de las Indias porque conjuntamente con lo que le pasa a Juana en lo emocional está el proceso judicial que le hace la Iglesia. Y por otro lado, la resistencia de los comuneros que la apoyan a Juana y la quieren sacar del encierro y pretenden que ella sea reina de Castilla y Aragón. Era una España luminosa, pero lo paradójico es que estaba empezando a perder esas luces. El costo es el cuerpo de ella, el habla de ella. Hay muchas anécdotas sobre la relación particular que tenía con Felipe muerto; por eso hay en el libro todo un trabajo con la necrofilia. Lo que dicen los textos históricos es que ella ponía arañas encima del féretro para que tejieran telarañas porque ella iba todos los días a verlo a Felipe, que estaba en la capilla cercana de donde Juana estaba encerrada. Si Juana veía la telaraña un poco corrida o abierta, decía que alguna monja había querido tocar a Felipe. Me resultó singular cómo el cuerpo de una mujer es negociado en relación al amor y al matrimonio por el poder del propio padre y por la propia familia, y cómo las familias se van perpetuando a partir de la negociación sobre un cuerpo. Hay cuerpos más dóciles, que admiten ese negocio y que asumen esta cosa romántica del amor. Hay otros cuerpos que viven en los bordes de la pasión, como es el caso de Juana.
–¿Juana era loca o vivió con demasiada pasión?
–Para mí no era loca. Juana era una mujer muy culta –dicen que era muy hermosa–, y escribía poesía muy sensible. Que tuviese acceso al poder de forma tan temprana, eso desestabilizó a los varones que la rodeaban, porque en realidad tendría que haber seguido la coronación su hermano, pero su hermano muere. A su hermano tenía que seguirlo su hijo, pero el hijo, que era el sobrino de Juana, muere. Entonces queda solo Juana. Pero el padre suponía que iba a estar Felipe, pero Felipe, el hombre, estaba muerto; una manera de retener el poder, el varón, que no nos es tan ajena. Quizá a nosotros en el mundo occidental nos resulta más larvada o más disfrazada la cuestión, pero en Oriente se ve claramente cómo es la línea sucesoria. Igual hace muy poquito que se modificaron las leyes de sucesión de los reyes de España. Ahora pueden suceder las hijas, antes eran solamente los varones. Tampoco nos es ajeno que lo primero que se dice sobre una mujer en el poder es que es loca.
–“El pensar que una pasión como es ésta se ha de curar con blanduras es grande engaño”, se lee en una parte de Juana I.
–Esta frase es del proceso que le hace la propia Iglesia y las cortes; entonces dan alegatos en relación a lo que ellos consideran una actitud pasional que no correspondía con la idea de reina. Juana en lugar de rebelarse admite ese encierro y lo acepta. Todo esto me llevaba a pensar en los lugares tan difíciles de lo femenino y la mujer...
–¿Por qué la mujer está más expuesta a que rápidamente le coloquen la etiqueta de la “loca”?
–Para neutralizar su decir sobre todo, para neutralizar el poder de la mujer; hay una cuestión en el matrimonio, en las estructuras amorosas, donde lo que está en juego es el poder. Un ejemplo mínimo: hoy en día en la Iglesia Católica la hija es llevada al altar por el padre. El padre entrega la hija al novio y el novio la toma; esta cosa simbólica tiene una connotación de entrega y de disposición y de poder de los varones sobre ese cuerpo. Esto es asumido también de una manera pintoresca –si se quiere– por nosotras... Y lo sufrimos. Juana es un caso extremo donde se muestra todo más desnudo. Por eso me gustaba entrar al hueso de la cuestión. La mujer en general no tenía una voz en los tiempos de Juana. Si la mujer hoy tiene una voz, tampoco es plena... siempre hay que trabajar y negociar esa voz. Eso me pone muy nerviosa y me rebela, sobre todo con la historia de lo armenio, donde el silencio y el recato son muy valorados en la mujer.
–¿La mujer que habla demasiado es considerada impúdica?
–Sí, ya desde el colegio secundario las maestras te disciplinaban y te mostraban a la mujer silenciosa como un ejemplo. Muchas veces en las revistas del corazón leés “tips” del lenguaje femenino: “Cuando ella te dice que no, quiere decir que sí”. Esto, que es terrible, es sostenido aún por varones jóvenes. Cuando escribí Juana I, no se hablaba todavía de la violencia de género. Supongo que no habrá sido fácil para los varones escuchar las voces de las presidentas mujeres en América del Sur, como Cristina (Fernández), Dilma (Rousseff) y Michelle (Bachelet). Vamos a necesitar mucho tiempo para poder asentar las voces de las mujeres. Mientras tanto sigue habiendo encierros: hay mujeres “locas” y mujeres que se rebelan que son asesinadas. El crimen está muy cerquita. Habrá que reescribir todas esas historias, pero la reescritura es bíblica porque somos el sueño de Adán y hemos sido creadas de la costilla de Adán. El relato bíblico nos pone en un lugar de sumisión. La mujer no tiene el poder ni de hablar ni de decir.
–¿Tomar la voz se parece a “tomar las armas”?
–Y sí... porque es distribuir riquezas, es hacer justicia en cada toma de la palabra. Nos quedan reductos muy pequeños como lo ficcional, donde podemos tomar la voz, pero ahí también impacta cómo se lee eso: si se lee como escritura femenina, escritura de mujeres... En fin, es un camino que hay que hacer de manera denodada...
–A propósito de una pregunta que aparece hacia el final del libro: ¿en qué idioma hablan las cosas?
–Juana no podía hablar con Felipe; finalmente, puede. Después no puede hablar con su propio hijo. Pero sobre todo pienso en el habla más profunda, que no tiene que ver con una lengua en particular o el lenguaje, sino con que las cosas hablen y digan. Si hablan, ¿en la lengua de qué poder?, si es del poder masculino. La pregunta sería si las cosas hablan en masculino. Toda la teoría lacaniana habla de que el universal es masculino, pero la mujer no tiene universal; es una por una, no se puede universalizar. Después, cuando te lo ponés a pensar, ¿con qué hace eco esta cuestión? Toma toda la teoría freudiana de que la mujer es un campo misterioso y difícil de abarcar; entonces, finalmente, termina diciendo que no hay tal cosa como la mujer, que siempre es una por una. ¿Por qué? El hombre también es siempre uno por uno, pero eso no se cuestiona... Hay que revisar todas estas cuestiones. Juana me dio pie para revisitar lo que tiene que ver con la vida íntima de las relaciones entre el varón y la mujer, pero también la vida pública, porque es una pasión que ella siente, un fuera de sí que ella siente, pero a la vez también un fuera de sí en lo social. Justamente ese fuera de sí en relación a Felipe la lleva al encierro porque la vida social del momento no le permite que esté afuera. En el texto hay un trabajo con el adentro y el afuera: ella no sabe los límites de su cuerpo. Hay un cruce entre lo social y lo jurídico, hay como un bordado en el texto de varios registros hasta llegar a una Juana múltiple. Durante mucho tiempo mi literatura fue considerada marginal, difícil de entender, periférica, que no entra en ningún tipo de canon. Esto me ayudó a escribir cualquier cosa, en el sentido de libertad absoluta, pero a la vez el riesgo es que no tenga ningún tipo de interlocución. Después la fue teniendo, pero no es que se tiene de una sola vez. La palabra lucha me cuido de decirla, pero es una lucha constante (risas).

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que sonríe cómplice de amor...