sábado, 4 de marzo de 2017

Las ficciones lesbianas reconfiguran la cartografía cultural de los cuerpos, deseos y saberes


FICCIONES LESBIANAS, DE LAURA ARNÉS

Ficciones lesbianas, de Laura Arnés
No se trata de establecer tópicos o agendas de lectura. Tampoco de reivindicar una figurita faltante en el álbum de los posibles temas que atraviesan la literatura. Aquí no se habla de la lesbiana en la literatura o en la cultura argentinas en tanto que posible marco de abordaje de un corpus textual. El ensayo de Laura Arnés se lanza, luego de haber realizado una exhaustiva investigación, a definir y conceptualizar la noción de “ficciones lesbianas”. Se trata de pensar críticamente modos de leer, lo que supone modos de ver. Apunta a un posible reajuste de la lente, ante una cultura, la occidental, de fuerte impronta visual. Y en la que los sujetos son delineados a partir de la mirada que se lanza sobre ellos. Por eso es que los cuerpos en cuestión, emergentes de afectos y pasiones a las que esa misma cultura evita nombrar, inventando rodeos y circunloquios varios, son percibidos en primer lugar como desaparecidos del paisaje. Hay un silencio atronador inherente a las ficciones lesbianas. No es que ciertos afectos sean más visibles que otros. Algunos están lisa y llanamente invisibilizados. Hacerlos salir a la luz, revelarlos (en sentido fotográfico), implica no solo un supuesto acto de justicia sino, más que nada, una exigencia de cuño epistemológico para la crítica tanto literaria como cultural.
La invisibilidad, por otro lado, constituye una estrategia de representación. Estas ficciones, disgregadas, dispersas, funcionan como momentos de intermitencia. Y ahí es en donde radica su productividad. Arnés, nos dice, elige leer el momento en que lesbiana se convierte en imagen o en imaginación. Esa trama configurada por los mecanismos tanto retóricos y estéticos que le interesan, hace emerger determinados sentidos que son políticos, históricos y culturales. Y que hablan de cómo entendemos la distribución de los cuerpos en el espacio, pero también de los modos en que relegamos los afectos al ámbito de la exterioridad, de aquello que está o más allá o más acá de la razón, y que le demarca los límites. Lo lesbiano configura en la literatura argentina una “zona posible”, que sirve para leer formas variadas de opresiones, así como rastros que implican legados o herencias. Si algo llama la atención de estas ficciones es que no hablan de clausuras, sino que permiten desplegar temporalidades que se expresan en futuro. Las pasiones lesbianas toman la forma de “poéticas impredecibles”, a decir de Arnés, a la vez que ponen en evidencia que las ficciones normativas son ficciones.
Una vez establecida la premisa, el ensayo va armando una cartografía disidente, pero no extraña. No entra en la tentación del catálogo, con lo cual no abandonaría la senda bien trazada de la galería de lo anormal. Si bien, dado lo inédito de su trabajo, propone un recorrido que traza genealogías y que ofrecen un mapa útil tanto para el académicx como para el lectxr curiosx, la idea del texto es marcar intensidades, las situaciones en donde los bordes se rozan y permiten corroborar que el espacio no es una dimensión fija y que los tiempos solo existen en el plural. Justamente la negación a aceptar la linealidad como parámetro, nos obliga a pensar que la sexualidad es eso que horada los distintos momentos, y bajo ningún concepto algo así como su principio ordenador. Esto es lo que permite pensar desde la noción de continuum lesbiano, una intensidad afectiva que aúna a las mujeres en el rechazo del sistema patriarcal, y que podría funcionar como alternativa al constringente sistema de la heterosexualidad obligatoria. Arnés recoge y sintetiza los aportes desde la teoría lesbiana que ofrecen una perspectiva emancipadora, y vienen a coronar un siglo que se dedicó a girar sobre un sujeto descentrado. Un sujeto que anda siempre a la zaga de su deseo. Y el deseo, que como puntualiza Arnés, se construye en la permanente tensión entre lo ficcional y lo referencial, tironeo que no se resuelve. Este cruce es algo que bien logra revelar el “rastro lesbiano”, también construido en la intersección entre presencia y ausencia.
La literatura, ese “dispositivo político”, nos coloca frente a escenas. Un discurso que emerge como estigmatizante en la Argentina de fines del siglo XIX, con su recurso a la patologización, va encontrando otras modulaciones a lo largo del siglo XX. Las ficciones lesbianas escapan en cierto modo a la obligatoriedad de consolidar la idea de Nación, y pueden colarse por las rendijas de semejante aparato disciplinador. Lo lesbiano no se evade de una condición que atañe a todas las mujeres, y es la de entrar a la cultura a través de su propia “ajenidad”. En los comienzos del siglo XX es la mirada masculina la que atisba en este universo al que no puede evitar señalar como monstruoso, aun cuando lo disfrace de Sirenas. Pero el siglo avanza junto con las mujeres y son estas las que irán dando giros hacia nuevas narrativas. Para las letras argentinas, es no menor el rol que juega el proyecto cultural de la Revista Sur, comandada por una impensada Victoria Ocampo, y el espacio que ofreció a las genealogías disidentes. El tercer giro certificado por Arnés se da en los años setenta junto con la eclosión que producen los diversos grupos de la militancia feminista, así como la del Frente de Liberación Homosexual; y que da frutos en los ochenta, una vez superado el hiato de la dictadura que encabalga estas dos décadas.
Luego de cartografiar los puntos ciegos, las horadaciones por donde se abren paso las voces lesbianas, el libro va armando ese cuerpo literario que da cabida a los cuerpos otros, para ver qué narrativas se crean o se sostienen desde ese lugar de enunciación. Allí lo que interesa es poner en contacto los rozamientos entre poder, erotismo y usos del lenguaje. Es decir, prestar atención a quién habla, cómo habla y cuándo habla. Voces que se modulan como secreto, en realidad colocan en un primer plano sonoro ese secreto a voces. Es la paradoja que permite leer en donde hay falta, la presencia. Para la construcción de la memoria, también aparece la sexualidad como un centro gravitacional alrededor de la cual se narra la H/historia. La construcción de un cuerpo a partir de los afectos, toma en cuenta aquel “ángulo muerto” de la mirada, que ofrece los escorzos eludidos en los discursos hegemónicos. El resultado puede parecer sorprendente porque se llega a ver aquello que estaba siempre ahí, en estado de anamorfosis. Y así llegamos al siglo XXI, en donde supuestamente no hace falta abrir puertas y ventanas, porque ya estamos en la intemperie, o en una “zona liberada”. Lo que los textos buscan decir ahora tiene más que ver con una urgencia y una desorientación. Esas errancias sexuales/textuales suponen incluir en el armado de los nuevos derroteros a los afectos como guía. Las ficciones lesbianas, concluye Arnés, reconfiguran la cartografía cultural de los cuerpos, deseos y saberes, ya no como producto de lo que se excluye sino de la coexistencia de elementos heterogéneos, en permanente movimiento. Interesan, entonces, los modos en que la sexualidad habilita una reflexión sobre la vida del cuerpo, así como las narrativas que giran en torno suyo.
Foto (detalle): Dafna Alfie
Arnés, Laura A. Ficciones lesbianas. Literatura y afectos en la cultura argentina. Buenos Aires, Madreselva, 2016.

Laura Arnés es argentina, doctora en Letras. Investigadora del Instituto interdisciplinario de estudios de género (UBA) y del CONICET. Profesora de la carrera de letras (UBA) y de la maestría de género (UNTREF). Colaboradora del Suplemento Soy de Página12. Co-editora del Proyecto NUM.

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