martes, 6 de marzo de 2018

Metete el Martín Fierro en el orto y la épica fálica en la oreja

Escribir, hermanas, como delito de género y venganza de sangre

Por Dolores Reyes
Dolores Reyes propone un decálogo de escritoras, un quiebre respecto del eterno canon masculino de la literatura argentina y sudamericana. “No queremos medírnosla con ningún canonizado porque la sola idea de medírsela, entre nosotras, es ridícula. Esta es una propuesta para iniciar la búsqueda de un corpus, y por eso, vamos a festejar cada vez que una mujer venga y se asome a leer”.


La literatura femenina no existe.
Y de existir, esa demandada entelequia, no sería una escritura rosa sino roja. Una supuesta literatura de mujeres rojo toro, sangre adelante, como la que se derramó del cuerpo de Anahí atado a un árbol, del fuego brillando en sus carnes de india guaraní, de su dolor y de su muerte como condición de posibilidad para que esa sangre sea tragada por la tierra, para que las raíces del árbol beban y el ceibo pueda florecernos por primera vez y se erija así el femicidio original.
No es este el postulado hacia un subgénero o coto de “escritoras”.
No peleamos por el cupo femenino porque la ley es un macho que nos la soba y el mérito, en todo caso, es estético, es político y es nuestro. Siempre estuvimos. La voz de nuestras muertas nos increpa, sus manchas de sangre agitan el teclado hasta volverse letras contra el monitor.
Desde Sonámbula, señalamos la necesidad de un quiebre en el eterno canon masculino de la literatura argentina y latinoamerica, marcando nuestra urgencia de borrar el papel en donde los autores masculinos han escrito sobre nosotras, para empezar a articular nuestras propias voces.
No es este un corpus verticalista y cerrado: queremos que se enojen.  Esperamos que se sientan agraviadxs y que nos escriban al pie de la nota “¡Que horror! ¡Faltan Samanta Schweblín y Mariana Enriquez! ¡¿Cómo pudieron no incluir a Diana Bellesi, a Irene Gruss?! ¿Y las críticas? Esas pisan fuerte: la Ludmer, la Molloy, la Sarlo. En las cortinas que se corren de la sala, de la peluquería, se dejan ver los relatos de Alejandra Zina, de Vera Giaconi. Marcha la viajera Uhart  seguida de cerca por una Komiseroff motorizada. Configuran el enorme cuerpo de las precursoras.
Esta no es una lista de diez mandamientos ni el cetro que algún reyezuelo ha venido pasando durante añares de pija en pija, no queremos medírnosla con ningún canonizado porque la sola idea de medírsela, entre nosotras, es ridícula. Esta es una propuesta para iniciar la búsqueda de un corpus, y por eso, vamos a festejar cada vez que una mujer venga y se asome a leer.
No estamos solas. La lucha en las asambleas, en los encuentros y en las calles hacen de este, el momento de ganar la visibilidad que nos han negado para señalar, con la fuerza que haga falta, que acá estamos, que escribimos y nos leímos siempre, y que sabemos a cuántas explotaciones y deditos acusadores hemos tenido que robarle el tiempo necesario para sentarnos frente a un papel.
Se nos niega el legado de una tradición, el respaldo de una relación discipular alumna-maestra, pero sobre todo, la herencia, la representatividad de lo social en nuestra voz.
Quizás cuando logremos que todos puedan transitar una función autor de género no masculino sin la incomodidad del que se siente entangado por primera vez, logremos terminar con la fosilizada pregunta sobre la literatura femenina para siempre, para leer sin que importe la perfomance de género del escriba.

1- Sara Gallardo: Escribir fuera de la propia clase
En Enero encontramos la presencia de una voz, la de Nefer, hija adolescente de un puestero rural que vivencia los rituales cotidianos desde un cuerpo que comienza a cambiar hacia las formas del embarazo. Narrada desde esa perspectiva femenina,Enero va a problematizar el amor romántico, una violación, un aborto fallido, el casamiento forzado como salida impuesta en una pequeña sociedad cristiana.
En Eisejuaz, publicada por primera vez en 1971,  nos acercamos a una escritura y un trabajo con el lenguaje que va a dar una composición que mixtura lenguas y voces: La de Eisejuaz, la del Dios que lo llama Lisandro y le encomienda una tarea, la del indio que se hastía de sus cuidados, de sus comidas, de su acompañamiento y palabra.
“Dije” comienza Eisejuaz hablándole al indio mataco que yace en el barro agonizando. Su experiencia religiosa está signada por los sueños y la palabra de los mensajeros y de Dios, de los animales, de las plantas, de los astros y por esto representa un distanciamiento del cristianismo: Lo sagrado ha invadido el mundo profano y marginal que habitan y en la articulación de tensiones entre propósitos y voces surge una obra que es una experiencia lingüística única.

2- Libertad Demitrópulos: Río de las congojas
La novela es de las pocas que en la literatura argentina abordó la conquista y la colonización del Río de la Plata, trabaja un estilo que permite entretejer las voces de los marginados -entre ellas las del marido mestizo de María-. La guerra mayor es la lucha de las mujeres por sobreponerse a un terreno doblemente adverso, por naturaleza y sociedad.
Río de las congojas transcurre en Santa Fe, a orillas del río Paraná, donde se cuenta la historia de María Muratore, mestiza amante de Juan de Garay. En este marco, la novela presenta el femicidio de la madre de Maria, asesinada ante los ojos de la hija por ser una mujer apartada de la norma social colonial, cuando alejarse de ese modelo estrecho de mujer en la colonial era ser condenada a los márgenes, al desplazamiento constante y a todo tipo de violencias.
La novela narra también la historia de la mujer que muere peleando en batalla vestida como los hombres: “En la mediamuerte de las guazabaras, cercándonos los indios y dándoles nosotros la guerra, se apersonaba la María al campamento, hombro a hombro con los varones.”

3- Silvina Ocampo: La multiplicidad como riqueza de los otros
Más allá de los privilegios de clase y su corset, estaban los otros, los diferentes sobre los cuáles Silvina eligió escribir: las niñas muertas o sentenciadas a muerte; el jorobado al que unos borrachos le planchan la joroba, la adivina que confecciona fajas y corpiños, los resucitados, los suicidas, la mujer que se manda a hacer un vestido con el que otra mujer, en el otro lado del planeta, será violada, la maestra que amenaza a sus alumnos atrasados, los niños asesinos, los pirómanos…
En sus cuentos, los elementos fantásticos tienen una presencia  constante, también la metamorfosis y la irrupción de lo siniestro. El uso del plano de lo real invadido por estos personajes y procedimientos ligados al fantástico: la ambigüedad lograda a partir de situaciones derivadas de lo sobrenatural o lo mágico, la posible metamorfosis de los personajes mediante el despliegue gradual de la perversión y lo siniestro, dentro de las criaturas que en el mundo real son consideradas inocentes, hacen de sus relatos un universo diverso y muy difícil de agotar.


4- Alfonsina Storni: La trabajadora que supo robar el tiempo para su escritura
Ni el largo derrotero por la playa vestida de novia, ni “Voy a dormir”, ni siquiera el monumento erigido en donde la poeta se suicidó justamente porque ese no es el lugar, ni cartas románticas, ni languideces fantasmales, ni misterio: la última carta que escribió Alfonsina mientras padecía un cáncer terminal fue a su amigo Manuel Gálvez, solicitándole una gestión para incrementar el sueldo de su hijo como empleado municipal.
La vida y obra de Alfonsina la colocan como punto indiscutible de referencia: En sus libros abordó de forma directa y subversiva para la época temas como la sexualidad femenina, los roles de género y la subordinación al hombre. Fue madre soltera, trabajadora, su rebeldía contra la opresión de la mujer -personal y política a través de su literatura y también de su activismo- la colocan siempre en el camino del feminismo. Participó en la defensa del derecho al voto de la mujer argentina y en campañas a favor de la educación sexual en las escuelas.
Más allá del mármol y el mito, queda una obra.
Yo le diría, lectora amiga, que no se atragante de mármoles y honores, solo googleé Alfonsina Storni, poemas feministas, y deje un lugar en su corazón para la maravilla y el asombro.

5- Alejandra Pizarnik: La viajera indómita
¿De qué manera asomarse a su poesía reunida, su prosa completa, su correspondencia y sus diarios como entrada a un universo que habla de la soledad, el silencio, las palabras, la búsqueda del yo y la muerte?
Creo que primero hay que olvidarla: limpiar a Alejandra de las infinitas capas de pintura lila superpuestas, como quien prepara una pared descascarada para pintar de nuevo.
Y leerla con la ingenuidad que permita descubrir a la poeta que se contorsiona una y otra vez en sí misma, desdoblando su identidad, cercándose. En la vastedad de una obra hay mil versiones de Pizarnik adentrándose en la densidad de una escritura espesa hasta lo intolerable, como metáfora del viaje que es la vida, el camino abierto como herida entre la infancia y la muerte. Porque el que viaja mil veces tiene la posibilidad de perderse, encontrarse y volver a zarpar desde uno mismo, en el clima alucinatorio que Alejandra fue construyendo como lugar poético para sus obsesiones.
Que su verso final, gran y merecido epitafio que se escribió a sí misma, nos sirva de instrucción de navegación: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”.

6- Susana Thenon: La inteligencia del humor
Constructora y dueña de una poética del escarnio que la aleja de cualquier filiación posible, Susana se caracterizó por el uso de humor como deixis y una mirada filosa vuelta hacia todo alcance, incluso la academia. La superposición de voces y la presencia del grito como agudización en el señalamiento de la violencia de género presentes en “¿Por qué grita esa mujer?”, no deja lectores indiferentes.
La Thénon trabaja con el juego entre distancias y cercanías, intercambios y fronteras entre lenguajes y disciplinas, el abismo que se teje entre academia e ironía, su lenguaje -como la danza que tanto indagaba,- apunta al vagabundeo y la movilidad. Su práctica poética llama a inquietarse para nunca quedar estancado en un casillero fijo, ni automatizar la percepción.
Aunque el tiempo nos pise los talones, la voz cruda de Susana Thenón nos interpela una y mil veces:
Y no llegamos./El tiempo/ nos pisa/los talones./Yo soy veinte años/ entre paréntesis, /tú te cuentas la vida/y no terminas. /Región de muerte/por delante.

7- María Moreno: El alcohol y el bar como ágora en Black out
¿Es Black out una suerte de autobiografía literaria? En todo caso es una forma en la que puede ser leída, con la constante presencia del Tigre: “El Tigre para mí son las ideas literarias, el proyecto de Sarmiento de imponerle góndolas como en Venecia, el suicidio de Lugones, el mito del trabajo manual en Quiroga. Pero también los cuerpos de los desaparecidos… … ¡¿Dónde están mis compañeros?!”
Otra presencia estructurante en Black out es la del alcohol: Más allá del padre bebedor, que toma para liquidarse,-igual que la propia Moreno- aparece el universo del bar, y en particular la soledad de la escritora en ese espacio en el que la estructura es la de la banda, no la de la familia. Un pasaje de la familia originaria a la comunidad del bar en el que se crece a fuerza de alcohol y conversaciones, con esa suerte de comunidad plebeya formada por Charlie E. Feiling, Miguel Briante, Norberto Soares y Claudio Uriarte, emparentados por el periodismo y la juerga que desacraliza la escritura en esos retratos de los amigos ya idos, cada uno abordado con sus posicionamientos estéticos, de cara a una escritura desmitificada, cotidiana.

8- Selva Almada: la narradora de las mil violencias
En los grandes relatos de Selva Almada –El viento que arrasa yLadrilleros– y en su libro de no ficción Chicas Muertas, la violencia de lo cotidiano es una presencia que empuja la escritura desde adentro.
La violencia, a veces latente, va rebotando en  personajes y espacios para cortar la respiración, hacer que el lector pueda vivenciar una amenaza que se esconde en la lentitud de las cotidianeidad periféricas. En El viento, Almada logra postergar esa violencia una y otra vez, desplazarla, posponerla y hacer que el relato avance y que sus personajes, a través de sus elecciones, salgan al encuentro de su destino como Edipo al de su padre, en el camino.
En Ladrilleros la violencia se hace presente desde el comienzo de la novela. Los protagonistas, uno boca arriba y el otro boca abajo, agonizan como resultado de un duelo a cuchillo. En esa pequeña distancia temporal que resta entre el apuñalamiento y la muerte, sus consciencias recuerdan desordenadamente la serie de sucesos que las fueron colocando al final de sus vidas. Y en esa danza final recuperan, alucinadas, sus historias familiares, su pasión, sus vivencias, su sexo, la serie de pequeños episodios que, ladrillo a ladrillo, ha construido la furia final que los llevará a la muerte.
Chicas muertas puede ser leída como una suerte de autobiografía en torno a la violencia de género que tiene como punto culminante tres femicidios no resueltos ocurridos en la década del ochenta, en espacios alejados de la centralidad de Buenos Aires. El camino es tanto el del viaje hacia esos espacios geográficos en el que ocurrieron los crímenes, incorporando las voces de los familiares o aquellas que hablan desde el expediente judicial, como el viaje interior, viaje en la memoria, hacia el enorme impacto que esos crímenes marcaron en la experiencia vital de Almada.

9- Liliana Bodoc: Nuevas tierras para grandes épicas
Nunca sentí, al comenzar Los días del venado, que me adentraba en lo que llaman literatura juvenil, sino en una escritura necesaria, profundamente rica y capaz de problematizarnos: ¿Qué historia podría contarse a través de la voz de los pueblos arrasados?
Asomarme a La saga de los Confines y sus tres partes, Los días del Venado, Los días de la Sombra y Los días del Fuego, es volver a ser joven recorriendo las tierras fértiles en la que se desarrolla la gran hazaña, la eterna lucha del bien y el mal rompiendo el equilibrio iniciático. Para ese relato, Bodoc incluye manuscritos, canciones y diferentes voces, entre las que se encuentra la del narrador, para contar una historia enorme, compuesta de elementos que conocemos muy bien: la invasión, la guerra, la conquista, la lucha por la permanencia en las tierras, los genocidios.
La Bodoc supo construir una saga poderosa como pocas, narrada a través de la historia de diversos personajes centrales, que son también pequeños universos de experiencia y de valor, pero que adquieren su significado último como héroes de una épica en la que importa las hazañas, la supervivencia y el destino de las comunidades a la que pertenecen.

10- Gabriela Cabezón Cámara:  Aventuras queer para todxs
Asomarse a la escritura de La virgen cabeza, Le viste la cara a Dios o al Romance de la negra rubia es encontrar un trabajo descomunal con el lenguaje. Esa marca de la autora que es, ante todo, un trabajo de búsqueda sobre los materiales que la lengua provee, vuelve a estar presente en Las aventuras de la China Iron.
Las aventuras de la chica Iron  traen el espacio y los tonos de la gauchesca: El viaje comienza cuando la mujer de Fierro se convierte en ex y se va del rancho, dejando a los hijos con los vecinos. La china conoce una inglesa que le va enseñando su lengua y fragmentos de su cultura por medio de los objetos que lleva en su carreta, cada uno será ante los ojos de la China, un ritual hermoso. Su mirada y sus acciones son condiciones de posibilidad para salir de la llanura que la clase dominante “limpiará” para la nación argentina, y escapar del gris monótono de la familia hetero, del maltratado lugar de la mujer sometida y viajar, como quien se asoma a la vida propia por primera vez, acompañada de Liz, el gaucho Rosa y Estreya, su perro, construyendo a su paso nuevas formas de amor, afectividad y relación entre sexualidades que ya no pueden ser clasificadas ni normadas.
El viaje desclasificador y fundacional de Gabriela Cabezón Cámara es tierra adentro, cuerpo adentro y lengua adentro.


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Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...